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Sociología del automóvil

por Marisol Oviaño

En el limpísimo coche de el príncipe azul no se podía subir con los zapatos llenos de barro, no se podía fumar, no se podía comer y, aunque nunca se dio la circunstancia, estoy segura de que tampoco se podía follar. No había nada en los bolsillos laterales de las puertas. Ni en el asiento de atrás. Y mucho menos tirado en el suelo. La primera vez que abrió el maletero para que yo metiera mi compra, retrocedí un paso y levanté en alto las bolsas como si un perro estuviera amenazándome: estaba tan limpio y vacío que parecía que acabara de sacarlo del concesionario. O que viniera de limpiar las huellas de un asesinato.

Unas miguitas de mis barras de pan habrían podido infectar letalmente su burbuja.

En el coche de el hombre que vive al filo puedes entrar con los pies llenos de barro, lo importante es que nos refugiemos de la lluvia. Él mismo abrirá un túper y te ofrecerá lo que lleve de comer y, si está magnánimo, te dejará fumar. Apostaría la cabeza a que ha hecho felices a unas cuantas mujeres en la vieja máquina alemana que repara con sus propias manos. En el asiento de atrás hay carpetas y papeles, el maletero es una radiografía de su vida, y en cada cajetín, rincón y hueco hay cosas útiles: herramientas, cinchas, pegamento, descongelador de cristales, trapos…

Si necesitáramos cruzar un río, él construiría el puente.

Una respuesta a «Sociología del automóvil»

Aunque tiene 10 años de antigüedad, en lo personal prefiero el coche inmaculado; me da una sensación como de nuevo, como de recién sacado del concesionario: me alegra el espíritu y me hace llegar de buen humor a donde sea que me lleve. Será que me hace sentir que todos los días estreno, pero es que si el coche está impoluto siento que soy rico.
Lo de fumar es otra cosa (algún quemón ya tienen las vestiduras).
Saludos

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