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El cinismo de la experiencia

Fotografía en contexto original: styledip

Aunque debe andar por los cincuenta, parece una virginal princesa que lleve treinta años aguardando al caballero de brillante armadura. Yo, que he perdido la cuenta de los dragones a los que he dado muerte con mi espada, siempre he sospechado que tiene menos experiencia amorosa que una adolescente.

Y allí estaba, contándome con ojos enamorados que Él al fin ha llegado: un extranjero con el que se entiende gracias a un diccionario de italiano, que tampoco es la lengua materna de él. Lo conoció hace un mes y, por las circunstancias vitales de cada uno, sólo han podido compartir un puñadito de horas que, sumadas, arrojarían un saldo de dos o tres felicísimos días.

Ella cree en el príncipe azul, ¿cómo explicarle que en mi reino hemos puesto precio a su cabeza?
Ella siempre ha vivido a salvo en su casita de muñecas y lo espera todo del amor.

Yo sé lo que es parir con dolor.
Sé lo que es abandonar al amado mortalmente herido en lo más profundo del bosque y partir a la guerra después.
Sé lo que es amar al viejo guerrero que ha elegido morir luchando.
Sé lo que es amar al hombre de paz la noche antes de reincorporarme al campo de batalla.
Sé lo que es amar al joven que necesita aprender a manejar sus armas y que, tarde o temprano, habrá de librar su propia cruzada.
Sé muchas cosas que ella no sabe y que, probablemente, ya no tendrá tiempo de aprender.

Y mientras ella resplandecía de amor, yo sonreía y callaba todo lo que la vida me ha enseñado. La sabiduría es hija de las vivencias de cada uno y no puede traspasarse de una persona a otra como el oro; cada uno tenemos reservado nuestro propio sufrimiento, y nadie más lo puede aprovechar.

Me pregunté cuánto tardaría en romperse su corazoncito de porcelana, pero no le avisé del peligro que corría porque de nada habría servido. Y cuando nos despedimos, le deseé sinceramente que fuera muy feliz.

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