por Marisol Oviaño
– ¿Tienes mucho lío? –preguntó el hombre ecuánime desde la puerta
Yo llevaba toda la tarde corrigiendo un farragoso texto técnico, y la cabeza ya no me daba más de sí. Era un lunes víspera de fiesta, llovía y no había un alma en la calle: nadie me echaría en falta si cerraba un rato para salir a tomar una coca-cola.
– No –contesté.
– Pues venga, te invito a una comprita –dijo jovial-, que seguro que tienes el frigorífico vacío.
Tenía lo imprescindible para sobrevivir tres días, y cinco euros en el bolsillo por todo capital. Desde que he comprendido que muchos de vosotros me echáis una mano para que siga escribiendo, me he acostumbrado a este peculiar crowdfunding. De modo que acepté su invitación con naturalidad y cerré la trinchera proscrita.
Probablemente el hombre ecuánime nunca había puesto los pies en un Día, Autoservicio Descuento, y aquello estaba siendo una auténtica experiencia para él.
– Coge algún capricho para tus hijos, algo que les guste y que tú no suelas comprarles–insistió.
Eché a la cesta un pack de yogures de sabores variados.
– ¿Tienes chocolate?
– No –confesé.
– ¿Cuál es el que te gusta?
– Éste –respondí cogiendo una tableta.
– Coge más, el chocolate se acaba enseguida –dijo añadiendo otras dos tabletas a la compra.
Me llevó a casa y llamé a mi primogénito para que bajara a ayudarme con las bolsas. El hombre ecuánime y él no se conocían, pero habían oído hablar el uno del otro y yo sabía que iban a gustarse, como así fue.
– No te invito a que subas porque tenemos la casa echa un asco –me disculpé.
– No te preocupes, yo tengo que ir a sacar al perro.
En los últimos tiempos, también mis hijos han acabado encontrando natural que los amigos nos ayuden. El mayor -ése que unos días sueña con ser un famoso guitarrista y otros un famoso abogado- y yo discutimos mucho sobre si es mejor tener un trabajo vocacional o un trabajo bien pagado. Y mientras sacábamos las cosas de las bolsas, aproveché para apuntalar otro poquito sus cimientos.
– ¿Ves como si eres buena persona y luchas por lo que crees, todo el mundo te ayuda?
– Ya –contestó burlón metiendo los yogures en el frigo-. Pero si no fueras tan buena persona, no necesitarías ayuda.
– ¿No te das cuenta de que me ayudan para que yo siga escribiendo? Esta compra la ha pagado lo que escribo.
Mi hijo –como mi madre- no dará su brazo a torcer hasta el día que gane un sustancioso premio literario o, cuando menos, hasta que en nuestra nevera no falten los yogures de sabores.
– Esta compra la ha pagado tu amigo, que ha trabajado de traje y corbata toda la vida –apuntó sarcástico-. Por eso yo estudio Derecho y A.D.E.: para tener dinero.
Y, acto seguido, se marchó a su cuarto a tocar la guitarra.
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3 respuestas a «Personas que nos devuelven la fe en el género humano, 3»
Durante años he estado muy frustrada por no poder trabajar en algo que fuera mi vocación, me sentía estafada. Ahora, como tu hijo, veo que puede ser muy positivo, no digo que sea la mejor manera ni la única, tener un trabajo que te pague los garbanzos y te permita no prostituir tu pasión, que te garantice tu independencia para que lo que sea vocacional no lo condiciones por la sagrada obligación de comer todos los días.
Del mismo modo que toda moneda tiene dos caras, toda decisión conlleva una renuncia. Yo creo que, después de haber decidido, lo importante es apechugar con las consecuencias y hacer tu trabajo -sea cual sea la elección que hayas tomado- sin quejarse ni echarle la culpa a los demás cuando las cosas no salen como quieres.
Si, totalmente de acuerdo contigo en lo de apechugar y no quejarse.