por Marisol Oviaño
A pesar de que había estado más de media hora esperando en el andén, había perdido mi tren. Éste había llegado con un considerable retraso, los carteles informativos estaban apagados, y la gente se arremolinó tanto alrededor de los vagones, que sólo pude leer la pantalla del último: Algeciras-Puertollano. Sólo cuando el andén se quedó vacío, vi que en otros vagones ponía: Algeciras-Puertollano-Madrid.
Demasiado tarde: mi tren salía sin mí.
Y allí estaba yo, en la oficina de la estación de Córdoba suplicando a David que me ayudara.
– Uf, viernes. Difícil: va todo lleno –dijo con cara de circunstancias-. Aunque hay una solución: que compres un billete de primera en el próximo tren.
– Imposible, no puedo pagar eso –contesté pensando en las facturas sin pagar.
– Pues es que no te puedo vender un billete normal para el siguiente, porque viene completo.
– Ni siquiera puedo permitirme un billete normal- expliqué angustiada.
Entonces se quedó mirándome y me mostró una deslumbrante sonrisa.
– ¿Cómo te llamas? Yo soy David
– Marisol -dije.
Y pensé: “Tú no sabes las ingenierías financieras que tengo que hacer para que no nos corten la luz cada mes”.
Él se puso a teclear y yo, por no comerme las uñas, miré a una gente que acababa de entrar.
– ¡Pero bueno! ¿Encima no me haces caso? –preguntó con una tranquilizadora complicidad
– Perdona, perdona –me apresuré a contestar- Es que no quería distraerte.
– Ya –sonrió conciliador-. A saber lo que estás pensando.
– Pues estoy pensando: por favor, por favor, por favor, por favor.
– Puedo intentar algo, pero no te aseguro nada.
– ¿El qué?
Habría aceptado incluso que me obligaran a ir sentada sobre el techo.
– Voy a llamar al supervisor para ver si te deja subir. Pero si él dice que no, yo no puedo hacer nada. Y, además, aunque diga que sí, no tendrás plaza –dijo mirándome por encima de unas gafas que no tenía.
– Iré de pie en el bar, no hay problema.
– ¿Y no te quejarás? ¿Te comportarás?
– Seré buena, lo prometo.
Él se puso a mirar quién era el supervisor y yo pensé que como todo aquel buen rollo acabara en negativa, me moriría: bajo ningún concepto podía permitirme un billete.
– A este no le conozco –suspiró-. Cruza los dedos, que voy a llamarle.
Yo crucé los dedos.
El supervisor dijo que sí.
Mientras otra de las empleadas de Renfe me acompañaba amablemente hasta el tren, vi que David se marchaba. Y comprendí que había llegado a su vida cuando acababa su jornada laboral del viernes.
Señores jefes de Renfe: España necesita personas como David. Gente trabajadora, sensible y humana que no aprovecha la parcelita de poder que les da su trabajo para joder a los demás, sino para ayudar.
Gracias a él, ya no me acuerdo del retraso del tren que perdí, sino de la exquisita atención que he recibido.
David: Me pidieron que dijera que no quería cena y me instalaron en preferente.
No sólo me has ahorrado un dinero que mi familia necesita. Además he aprendido algo nuevo: los ricos no hacen ruido.
Un millón de gracias.
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4 respuestas a «Personas que nos devuelven la fe en el género humano, 2»
Me gusta.
Cuanto me alegro que se solucionara tan bien, tuviste suerte de dar con una persona asi porque, tristemente, son mas habituales otras actitudes. Estoy contigo, se necesitan personas así, en este país y en el mundo.
David no cambies, espero que tú ejemplo, lo aplique mucha gente y no sólo a la hora de trabajar, sino para ayudar a cualquier persona en cualquier situación.
Creo que son mayoría la buena gente. Lo que pasa es que los “malos” hacen más ruido.
Los que ayudan desinteresadamente no hacen publico esas pequeñas cosas que tanto bien hacen a todos.