Feliz día a todos los buenos padres, que por fortuna sois muchos.
Hace algunos años, la semana anterior al 19 de marzo era para mi hija un auténtico suplicio, pues en el colegio dedicaban muchas horas a preparar el regalo. Durante mucho tiempo había escrito aquellos “Te quiero, papá” con verdadera devoción, y había aguardado con impaciencia el momento de asaltar nuestra cama al grito de “¡Feliz día del padre!”. Entonces ni ella ni nosotros sabíamos que, algún tiempo después, yo sería la única destinataria de aquellos regalos.
En el instituto no se dedican a esas zarandajas, y este día ha dejado mortificar a mi pequeña, que ahora mismo está recogiendo su cuarto con la radio a todo volumen. Tiene muchas cosas en su loca cabecita, y no sé si hoy dedicará un minuto a pensar en su padre: a su edad la música y los chicos lo ocupan todo.
Pero mi adolescencia quedó atrás hace mucho tiempo, y hoy doy gracias una vez más al autor de mis días más por haberme querido, por haberme enseñado tantísimas cosas y por ser un gran referente en mi vida. Y pienso en el de mis hijos y me pregunto si tendrá hoy un pensamiento para ellos.
Probablemente, no.
Al principio la Navidad, los cumpleaños de sus hijos y el Día del Padre, debieron ser muy duros para él. Pero tras días, semanas, meses y años de anestesiarse para no recordar, habrá conseguido olvidar a la sangre de su sangre y quizá hayan dejado de dolerle los días señalados.
Aunque yo intento de fungir de padre todo lo que puedo, es difícil que los muchachos con los que sale mi hija me vean como el imponente dragón que defenderá a muerte a la princesa; es decir, como a un suegro. El padre de la criatura infundiría mucho más miedo en los pretendientes que yo, pero como no podemos contar con él, los amigos me echan una mano en lo que pueden.
El otro día la hija de unos amigos dio una fiesta e invitó a la mía, que fue con su noviete. Y cuando el padre de la anfitriona y otro de mis amigos se pasaron por allí para controlar que no se hubieran colado cientos de personas, se presentaron a mi presunto yerno como padrinos de mi hija, para que el muchacho supiera que no hay uno, sino varios dragones custodiando a la princesa.
La ausencia del padre a veces me obliga a jugar de farol.
Feliz día a todos los buenos padres, que por fortuna somos muchos.
2 respuestas a «ser buen padre»
Vivimos una sociedad estúpida llena de tópicos y clichés. Días del padre, de la madre, de los enamorados, aniversarios y fechas para solaz del comercio y la idiotez genera. Confieso que, de pequeño, estuve inmerso en todo esto. Pero, afortunadamente, al crecer, comprendía que la ilusión por vivir estaba en los actos y sueños cotidianos, no en los sucesos marcados. A veces no es mala fe. Es, simplemente, idiotez. Un saludo, Marisol.
Para los que no tenemos hijos, el día del padre nos plantea un problema casi metafísico: ¿y si ese día fuera también nuestro día? La de frascos de aftershave que nos podríamos haber ahorrado…