Casablanca ha supuesto una cura de humildad para mí: cualquiera de sus habitantes habla más idiomas que yo, que manejo un inglés oxidado por la falta de uso. Y también he tenido la oportunidad de comprobar la gran labor que realiza el Instituto Cervantes: los alumnos que asistieron a la mesa redonda En torno al blog, hablaban español mejor que muchos de mis compatriotas.
En el auditorio había muchos más hombres que mujeres, bastantes de ellas con un pudoroso pañuelo que chocaba con la minifalda de Luna y mi discurso sobre la independencia. Pero, aunque los hombres llevaban la voz cantante –intervinieron mucho e hicieron preguntas incisivas y concretas – y las chicas no abrieron la boca, ellas estaban muy atentas. Y cuando Luna preguntó quién tenía perfil en Facebook, todas levantaron la mano sin dudarlo.
Más tarde, cenamos con una inteligente e inquieta periodista a la que llamaré Fátima. Nos contó lo difícil que resulta ser mujer profesional en Marruecos y se quejó de que los hombres marroquíes son niños. Yo me eché a reír y le dije que los hombres son niños en todas partes.
Cuando nos preguntó si éramos feministas, yo contesté un rotundo “no” que pareció sorprenderle. Supongo que, desde allí, la libertad de la mujer occidental se ve como algo bonito e inocuo que viene de regalo en las latas de Coca-Cola. Y, como ellas están emprendiendo un viaje que las españolas empezamos a recorrer hace muchos años, consideré que era mi obligación explicarle que de inocuo nada: por el camino estamos perdiendo a los hombres. Que son nuestros padres, nuestros maridos, nuestros hermanos, nuestros hijos y nuestros amigos.
Le expliqué que muchas mujeres no llegan a tener pareja nunca y otras cargan con toda la responsabilidad familiar, y para ilustrarlo le di un dato de andar por casa: en la pandilla habitual de mi hijo, de siete chavales, tres hace años que no ven a su padre ni reciben un duro de él. Fátima abrió la boca tan sorprendida, que comprendí que el sistema –la misma publicidad allí que aquí- ha extendido la idea de que todos podemos ser libres sin pagar ningún precio por ello.
Pero quienes transitamos por la libertad trabuco en mano sabemos que no es un derecho, sino algo que ha de conquistarse. Y ni hay conquista sin bajas y sacrificios, ni todo el mundo vale para ser libre: a la hora de la verdad la mayoría renuncia de buen grado a su libertad a cambio de protección. Y así se lo dije a Fátima, que me escuchaba como un recluta a un veterano.
No sé si lo que le conté le servirá de algo.
Sólo sé que hombres y mujeres deberíamos ser un equipo, y que ni el machismo ni el feminismo sirven ya a esa causa. Quizá pasen muchos años antes de que encontremos un modelo más equilibrado y yo no llegaré a verlo, pero la historia de la humanidad se ha construido granito a granito y yo no quisiera dejar de aportar el mío.
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