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General Literatura

Posteridad

por Marisol Oviaño

A mi paso, los hombres se dispersan como si una fuerza centrífuga los barriera de mi destino. Y está bien que así sea: tengo mucho que escribir.

El hombre que vive al filo y yo hablábamos la otra noche de la soledad que exige la literatura. Él tumbado en una cama de un hotel de Zaragoza –si estuvieras aquí…– ; yo dando paseítos por mi dormitorio mientras mi hija dormía en su cama, mi hijo veía la tele en el salón y el gato arañaba mi puerta.

Él decía que es posible mantener una relación abierta en la que uno escriba y el otro toque la guitarra, por ejemplo.

– Míranos a nosotros –apuntó-, lo nuestro no tiene ni principio ni fin.
Lo nuestro es hermoso. Y tan literario, que de vez en cuando escribo sobre ello.
– Sí, pero hace más de un año que no nos vemos.

Él, que me entiende como si viviera dentro de mí, comprendió que mi respuesta no era un reproche, sino un dato objetivo para nuestros biógrafos. En cierto modo, yo soy la suya. Cuando su nieta quiera saber qué clase de hombre era su abuelo, leerá lo que yo he escrito. Él lo sabe. Y yo lo sé.

Durante muchos años, no comprendí la importancia que eso podía tener para quienes me rodeaban; mi vida iba por un lado y la literatura por otro, y ni siquiera sospechaba que aquello pudiera hacer daño a quien vivía conmigo. Entonces no creía que la ficción pudiera hacer añicos la realidad, ni que los personajes fueran capaces de despertar celos entre las personas. Pero alguien a quien amaba terminó de leer algo que yo había escrito y me gritó con lágrimas en los ojos: “¡Quiero que escribas sobre mí!”. No sé si él era consciente entonces de lo que me estaba pidiendo, pero yo acababa de comprender que todo había acabado entre nosotros y me marché esa misma noche.

Desde entonces no dejo que nada se interponga entre la literatura y yo. Y cada vez que un hombre interesante se cruza en mi vida, lo convierto en personaje para que su realidad no me entretenga: tengo mucho que escribir.

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