por mujerabasedebien
Cuando nos conocimos, yo tenía una misión y él ya era una causa perdida.
No habría un mañana para nosotros.
Pero eso no nos impidió el amor.
Sin exigencias, sin promesas, sin futuro.
De vez en cuando abríamos un paréntesis para estar juntos y jugar a que no había nada más que nosotros dos. Después, yo me ponía las botas, él regresaba a su azarosa existencia, y cerrábamos el paréntesis sin saber cuándo podríamos volver a abrir otro.
La guerra, siempre la guerra, nos lo fue poniendo más y más difícil. Al principio, entre un encuentro y otro sólo pasaban semanas, más tarde fueron meses. Y llegó el día en el que tuvimos que asumir que, en cualquier momento, nuestros caminos se alejarían para siempre.
Decidimos entonces abrir un paréntesis de despedida y hacerlo inolvidable: cuando lo cerrarámos tendríamos que conformarnos con recuerdos.
Después yo volví al frente, él cambió de escondite y perdimos el contacto.
Un año más tarde, recibo en la trinchera unas breves y apresuradas letras. Cuenta que sigue resistiendo y me informa de su último paradero, por si la guerra me lleva hasta allí.
Las balas siguen silbando por encima de mi cabeza, y me siento en el barro para escribirle unas líneas que me sustituyan cuando esté bajo fuego enemigo.
Ni la distancia, ni los otros, ni la muerte impedirán que nos sigamos amando.
Sin exigencias.
Sin promesas.
Sin futuro.
Ya sólo somos palabras.