El tronco arde, el gato mira el fuego, yo pienso en el hombre que me habla.
Los gatos huérfanos le persiguen por la calle y él los esquiva esgrimiendo sus estrictas reglas de supervivencia afectiva: “no quiero pelos”.
Pero yo sé que un gatito atravesaría sus líneas defensivas y le amenazo con regalarle uno. “Cuando me entran ganas de tener un gato, te llamo a ti”, dice desafiante.
Entonces, me aovillo y ronroneo.