por Marisol Oviaño
Fotografía: Silvia Oviaño
Mi niña nunca lo ha tenido fácil.
Cuando hace quince años quería abrazarla, tenía que ir a la UCI en horas de visita (una por la mañana y otra por la tarde), lavarme las manos en un pasillo desde el que trataba de avistar si había una sábana verde sobre su incubadora (la sábana verde significaba que se les iba y que iban a intervenirla otra vez), y ponerme bata, gorro y unas fundas sobre los zapatos. Ya antes de llegar hasta ella, las lágrimas me lo volvían todo borroso y me dificultaban la tarea de desatarla (estaba atada para que no se quitara la vía ni ninguno de los cables que monitorizaban sus constantes vitales). Después, una enfermera me ayudaba a sacarla, me la ponía en los brazos y yo le cantaba y le contaba que tenía un hermano y una familia que la quería.
A su padre -que nunca amará a nadie como amó a su hija-, le preocupaba que no me preparara para lo peor. Pero yo, que siempre me he sentido protegida por algo más grande, me negaba a pensar que el fruto de mis entrañas moriría. Debe ser cosa de familia porque, al mismo tiempo, inasequible al desaliento, mi madre tejía un jersey para su nieta. La niña derrotó a la muerte todas las veces que ésta vino a buscarla y, contra todo pronóstico, acabó pareciendo una niña como las demás.
Pareciendo.
Hasta hace poco los médicos eran asunto mío y, mientras yo hablaba con ellos, ella se distraía con algún juego de mi teléfono.
Pero el otro día, por primera vez, el neurólogo no se dirigió a mí; habló seria, franca y directamente con ella.
Comprendí de golpe que la responsabilidad de su salud ya no recae sobre mis hombros y sentí vértigo: sólo tiene quince años.
Cuando nos montamos en el coche empezó a llorar en silencio.
También ella había comprendido.
6 respuestas a «Hacerse adulto duele»
Me conmueve. Un abrazo a las dos.
Tengo una niña también de 15 años, también con unos ojos tan profundos como estos. Crecer siempre duele. Un abrazo a las dos.
De enfermera a escritora, y viceversa.
Madre coraje: de tal palo, tal astilla.
Un beso.
-“¡Protesto Señoría! El acusado, Don Libre Albedrío, tiene un largo historial de falsas promesas y engaños, sus testimonios no tienen ninguna credibilidad.”
-“¡A lugar!”-, dijo Doña Justicia quitándose la venda de los ojos,-“¡uf, ya me he hartado de llevar esto, no me enteraba de nada…!
-“Solicito permiso para llamar a declarar a Dios.”
-“¡Es buena idea!”- dijo ceremoniosamente la jueza, -“hablemos con el responsable de todo este galimatías.”
-“Señor Dios, ¿es cierto o no es cierto que, con la ayuda de Don Libre Albedrío, pretende que nos creamos que todos nacemos iguales y libres?”
-“Es cierto.”- Respondió.- “Todos nacéis iguales en la diferencia, y sois libres de aceptarlo o no; a cada uno le llevará su tiempo, así de sencillo”
-“¡No me jodas!”-, exclamó en voz baja el fiscal, Don Ser Humano. -«¿Y ahora cómo le explico éso a mis hijos?… ¡PROTESTO!»
Un beso marisol.
Lo adecuado es la preparación para el desenlace final, no tengo hijos adolescentes, ya pase esa etapa hace muchísimos años, soy abuela, mis hijos son muy viejos, sin embargo tengo un hijo muerto que tuviera hoy 31 años, le vi morir en su incubadora llena de aparatos que le sostenían a una vida artificial, triste, mas no cruel, no pude cargarle nunca, no pude verle de cerca, todo fue desde lejos, lo importante es recordar lo poco o mucho que se compartió, recordarle sin lagrimas, llevar como decía mi padre, llevar a la gente en la memoria, exponer de ellos lo mejor, lo peor dejarlo en un sitial donde solo nosotros le veamos, aceptación de sus defectos.
No tengo religión, no puedo evocar a Dios o alguna deidad para preguntar porque suceden estos hechos, lo cierto es que la muerte es tan natural como la misma vida, así es como debemos de verle, sentir la vida para llevarnos lo vivido y aceptar la llegada de la muerte, los males del deterioro del cuerpo sea por cualquier concepto.
Recibe mi aprecio y mis consideraciones.
Marisol, sólo alguien como tú podrá seguir cargando con la maleta, lo sé. Pero que sepas que aquí estamos. Un abrazo.