El otoño ha sido duro y el invierno promete.
La vida se ha convertido en una lucha diaria por la supervivencia.
Lo peor es la sensación de que esto no ha hecho más que empezar, de que algún día miraremos hacia atrás y añoraremos la época en la que no podíamos encender la calefacción, pero comíamos cocido una vez a la semana y sopa todos los días.
Otras generaciones pasaron antes por ello. Para mi padre la infancia fue sinónimo de hambre; para mi madre, de frío; entre mis antepasados sólo hay gente más o menos pobre. Quizá la clase media sólo haya sido un paréntesis, que ahora se cierra sobre nuestros hijos.