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Educación General

Cansados y ojerosos

por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: Madridiario

Los queremos despiertos, vivaces y curiosos pero lo único que conseguimos es aumentar cada vez más su hastío. Nuestros hijos no se emocionan ya ante nada.

Vamos a ver. Los libros de textos, por ejemplo, están llenos de dibujos, historietas tipo culebrones con episodios repartidos a lo largo de varias lecciones, jetas sonrientes, tristes o pensativas que deben de indicar el tipo de ejercicio que el renacuajo debe solucionar. En cuanto a los ejercicios, su letra está impresa sobre los colores de un bosque, por ejemplo, y se ve más bien poco.

Los libros de mi época eran más bien feos, con textos que llenaban casi por completo una página, preguntas al texto y un montón de ejercicios de gramática y de léxico. No recuerdo ningún dibujo ni ninguna cara de mono contento que lo único que consigue es distraer la atención.

Vamos, que el estudio era cosa seria.

Hoy día parece haberse convertido en otra cosa: ¿Cómo hacer que los retoños no se aburran?

Miro cada día a los alumnos que tengo delante. Llegan a clase cansados, ojerosos, desfallecidos, sin ganas de hacer nada. Hojean totalmente desinteresados esos libros guapos, que irradian luz, alegría y rebuscado buen rollo. Nada consigue llamarles la atención. Igual están saturados ya de tantos colores, dibujos, luces y pantallas. Igual les molaría más un texro de letra gris sobre fondo blanco. Les haría pensar, imaginar cosas, soñar con otros espacios, quizá más amplios que los que les ofrecemos nosotros, todo a base de morisquetas, payasadas y jueguitos estúpidos.

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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena

5 respuestas a «Cansados y ojerosos»

En las democracias cada individuo tiene su propio criterio de juzgar lo útil y lo inútil de cualquier actividad; comer, trabajar, dormir, instruirse. Hay jovencitas que no comen porque quieren ser flacas. Hay un montón de gente que no quiere trabajar porque se puede. Con la enseñanza pasa lo mismo. Optas por instruirte o no lo haces. Cuando estaba en el quinto y empecé a aprender francés yo también me preguntaba porqué lo hacía si no vivía en Francia. Años más tarde tuve aprobar el francés en el examen de ingreso en la Universidad. A mis padres les costó una pasta la recuperación de todo lo que hubiera podido aprender en la escuela y no lo hice.
Hace tiempo me he reído de un caso similar que le pasó a un alumno bastante vago que no quería aprender geografía. Para que si le bastaba con saber que vivía en Bucarest. En el último de bachillerato decidío hacerse oceanógrafo. O sea que todo es bastante relativo. Claro que hay que instruir con criterio y sano juicio pero eso ya depende de la capacidad de cada maestro en parte de elegir en todo este caos llamado sistema educativo lo que es útil y lo que es inútil para sus alumnos.

Yo tengo la sensación de que al sistema educativo le lastra el conservadurismo. Vivimos en una sociedad cambiante, ágil, casi acelerada. Mientras tanto las instituciones académicas se mueven a paso de tortuga. Independientemente de que se editen libros llenos de dibujitos, el contenido sigue siendo el mismo y las técnicas de enseñanza se siguen basando en clases magistrales acompañadas de ejercicios y deberes. Ahora, tímidamente se empiezan a incorporar por parte de algunos profesores técnicas multimedia o ejercicios digitales. En los colegios se instalan pizarras electrónicas que muchos profesores no utilizan porque son incapaces de aprender a manejarlas. A mi modo de ver el sistema público, que por otra parte defiendo, ya que garantiza el acceso de todos a la enseñanza, se ve lastrado por el carácter funcionarial del profesorado. Les cuesta reciclarse, aprender cosas nuevas, buscar nuevas respuestas a las preguntas de siempre. Un tipo de pensamiento que la sociedad exige a todo el mundo y que ellos dificilmente van a poder transmitir porque simplemente lo desconocen. Sin generalizar, ya que siempre hay excepciones y se observa una tendencia hacia la evolucion, me parece que se va despacio. Una mentalidad abierta, que se cuestione permanentemente los procesos, las metodologías y los contenidos, que admita que lo que funcionaba ayer puede que ya no funcione hoy, o incluso, como apunta el artículo, que lo que funcionaba anteayer puede resultar mejor que lo que se está probando ahora, obtendrá sin duda mejores resultados que cualquier postura inmovilista. Y sí, ayudar al alumno a pensar, a imaginar, a dejarse llevar por sus instintos me parece fundamental. Aqui hay una contradición importante y difícil de resolver. Por un lado esperamos de los jóvenes que sean únicos y por otro nos empeñamos en que sean iguales. Yo digo ¡no a la igualdad! ¡no a la uniformidad! ¡sí a la diversidad! Pero claro, es mucho más facil enseñarles a todos lo mismo que personalizar las clases en función de las características diferenciales de cada alumno.

¿Pizarra electrónica? Muy bien. Una innovación acorde a los tiempos que vivimos. Pero es una pantalla más para machacarles el cerebro ya muy cansado por culpa de los móviles, ordenadores, libros electrónicos, ipodes, ifones. Ya no lo aguantan, Pablo. Simplemente se duermen en la clase. Sólo un 30% de su tiempo lo dedican al sueño.

Cierto. Los jóvenes de hoy andan sumergidos en las nuevas tecnologías. Lo ves consultando el móvil en cada momento, delante del ordenador en los ratos libres, escuchando música en todas partes; fuera de la realidad y el compromiso. Y, lo peor, es que antes el profesor podía llamar a los padres y pasar las quejas, pero, ahora, es que incluso los padres andan tan atareados que apenas tienen tiempo de preocuparse de los hijos. De manera que ellos (los hijos) aprovechan esta ausencia de normas y autoridad para andar por la vida arrastrando pantalones con agujeros y consultando el móvil.
No sé cuál es la solución, pero, desde luego habría que buscarla, porque, en el fondo, los jóvenes no son tan rebeldes como parece, lo que pasa es que nosotros les trasmitimos nuestros fracasos, nuestra apatía, nuestra desilusión por la vida y por esa aventura diaria de afán de conocimientos.
Yo tengo una nieta de cinco años, y cuando me la llevo al parque, paso de que se monte en el tobogán y los columpios (eso ya lo hace en el patio del colegio). De manera que, lo que hacemos es «investigar». Nos vamos por ahí con un palito a remover la tierra: buscamos plumas de pájaros, piedras bonitas y frutos que caen de los árboles. Y lo pasamos en grande (porque, además, no tenemos competencia; todos los niños andan en la zona de toboganes y columpios, con lo que, el resto del parque es para nosotras solas).
Suerte con el alumnado.

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