Cada equis años, los médicos revisan la milagrosa maquinaria de mi hija para asegurarse de que la bomba sigue desactivada, tal y como la dejaron los artificieros que le salvaron la vida cuando nació.
El viernes le hicieron angiografía y resonancia magnética, y hoy tocaba electroencefalograma. La niña tiene quince años y hace trece que lleva una vida normal; aunque el peligro siempre está ahí, vivimos sin pensar en ello, y afrontamos las revisiones como si fueran una rutina similar a la de renovar el DNI.
Ayer le dolía la tripa y vomitó, pero como es propensa a los cortes de digestión, no le di mayor importancia. Esta mañana he preparado los papeles que necesitaríamos para el electro y, no sé por qué, me ha dado por entrar en el baño cuando llevaba un rato duchándose. Estaba en una postura rara, la cabeza le caía sobre el pecho como si se hubiera quedado dormida de pie. Y cuando le iba a preguntar si se encontraba bien, la he visto caer a plomo, fulminada.
Me he oído gritar su nombre mientras corría a socorrerla, queriendo creer que había sido un resbalón tonto pero sin dejar de pensar que la bomba había explotado. Mi niña estaba inconsciente y era un peso muerto, yo trataba de sacarla de allí cogiéndola por las axilas, pero la ducha es muy estrecha, apenas hay sitio entre la mampara y el lavabo y no podía con ella. Pero tenía que poder. Y al tiempo que intentaba levantarla, no he dejado de zarandearla y llamarla para que volviera.
Tras unos angustiosos minutos –que a mí se me han hecho horas-, al fin ha farfullado algo; la consciencia ha vuelto poco a poco a ella -aunque seguía pareciendo una muñeca de cera- y hemos salido zumbando para el hospital.
Ya no tengo la misma resistencia que antes: cuando intentaba explicar lo sucedido al personal médico de urgencias, no podía contener las lágrimas. Y me odiaba por ello, no quería que mi hija se asustara todavía más. Aunque, quién sabe, a lo mejor en estos casos el llanto de una madre sube la autoestima de los hijos.
Afortunadamente, todo ha quedado en un susto.
Después de que las pruebas descartaran lo peor y lo menos malo (epilepsia), el diagnóstico ha quedado reducido a un simple y humilde bajón de tensión, nada más.
Pero a mí esta mañana me han salido doscientas canas.
Y creo que mi hija también ha envejecido un par de meses en las cinco horas que hemos estado en el hospital.
(Gracias a todo el personal médico de urgencias del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. Su profesionalidad, su delicadeza y su empatía han hecho mucho más llevadero el trance).
10 respuestas a «Estamos vivos de milagro»
Me alegro mucho de que no haya sido más grave. Os deseo días muy felices que den tregua,que descanseis de los malos ratosy de las canas.
(Un abrazo)
Me alegro de que se haya quedado en un susto. No soy capaz de imaginar por lo que habeis pasado. Mucha fuerza para los 3. Se os quiere.
Un beso a los tres, los recuerdo con mucho cariño y se que son ustedes una familia de guerreros.
Un abrazo, valiente Marisol.
Compártelo con tu hija. Pues crece el cariño en intensidad entre más le echamos porras para que siga bien, con ánimos y feliz de conocer el valor de la vida desde ángulos tan empinados.
Tranquila Marisol. Si la naturaleza ha dejado que sobreviviera a lo peor (y la naturaleza es muy bruta para esas cosas) es porque, como los ríos, ha conseguido abrir su propio cauce y seguirá fluyendo por él hacia adelante, con sus más y sus menos, como cualquiera de nosotros.
Besos
Mientras te leía, he compartido primero tu angustia y después tu alivio.
Me alegro mucho de que esteis bien.
Besos a las dos y un abrazo para Alex
Hola Marisol,
Me he emocionado profundamente. Te deseo lo mejor para ti y para tu hija. Te mando muchos besos.
Me imagino la angustia que habrás pasado, querida Marisol. No tengo hijos, pero lo soy y he visto a mi madre unas cuantas veces en esa tesitura. Me alegro que Eude -esa niña de nombre tan bonito- siga bien. Un beso muy fuerte y muchos ánimos para estos años malos, torbellino.
Drama serio el que vive, vivir pegado a un respirador no es vida, en la vida se deben de tomar decisiones serias, difíciles donde momentos de angustia nos llevan a poner sobre el tapete la problemática sin sentimientos para ver la realidad de los que sobreviven la situación dramática de un enfermo marcado por una enfermedad donde en vez de mejorar esta empeorara, viendo desencadenarse una serie de conflictos, sentimientos encontrados, decisiones que se alargan por temor a que pensaran los demás, el juicio de los que no cargan con el enfermo, gastos, desgaste de los familiares directos, crisis nerviosa del mismo enfermo que callado mira el techo en espera de la verdad sobre su estado medico, agravando con ello la aceptación de la muerte tras sufrir en un momento dado un episodio mas de la epilepsia sabiendo que se puede cortar la lengua, se puede hacer daño en la caída, una serie de trauma que guarda el enfermo, un silencio sepulcral que nos lleva por una ruta difícil de enfrentar.
Cuando alguien padece algún tipo de enfermedad sin cura mas que en el enfermo se debe de pensar en los padres, familiares, todos sufren y el enfermo puede en una caída romperse el cráneo, es cuando los familiares requieren ser completamente sinceros con el enfermo para poner sobre el escenario todas las alternativas, inclusive la prolongación de un drama que llevara a mas dolor; siempre he considerado que la muerte es una alternativa mas directa que el someter al enfermo a maquinas que le mantendrán en estado vegetativo por el simple hecho de decir le tenemos con nosotros, egoísmo, inconsciencia, se ve entonces que los familiares mantienen al enfermo vivo mas por las apariencias que por el mismo paciente, exponiendole entonces a un calvario, viendo por otro lado la necesidad de otros enfermos del equipo que le mantiene con vida.
¿Soy dura?, NO, vi morir a mi hijo.
Chinca C. Salas R