por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: autorizmblog
Tuve un amigo -mejor no haberlo tenido- que para hacer “negocios” se endeudaba sin parar. Gastaba muchísimo también para satisfacer sus caprichos y los de su familia: mujer, dos hijas y un hijo, madre, padre, suegro, suegra, cuñada y, por último, un perro caniche. Lo que sobraba de la comida –restos que harían feliz a cualquier mendigo- se tiraba a la basura, y el dinero -monedas y billetes pequeños, o incluso más grandes-, yacía tirado por su casa como algo de poco valor, despreciable, prescindible.
A principios de los años 90, los recién nacidos bancos rumanos prestaban dinero contante y sonante a cualquier entusiasta que quisiera fundar una empresa. Mi amigo, riéndose, solía contarme: Llevé el dinero a casa. Lo llevé en bolsas de plástico y no sabía dónde ponerlo, si en el armario, en algún cajón o en la nevera.
Pero los negocios empezaron a irle mal. Nunca se culpó a sí mismo, sino a todos los demás: bancos, gobierno, políticos y hasta –cómo no- al mismo Dios que, por lo visto, le había dado la espalda. Como era de esperar, se arruinó y los bancos fueron a por él. No quería aceptar el fracaso y andaba buscando dinero y más dinero para cubrir un sinfín de agujeros, creando por supuesto otros aún más grandes. Debo decir que su familia llevaba la misma vida de antes; el perrito al peluquero, la dama a la manicura y los vástagos al cole en coche con chófer y todo, y dinero en el bolsillo suficiente como para que cualquiera de nosotros pudiera vivir holgadamente una semana.
Cuando el banco le subastó la casa – ¡el hogar donde nacieron y crecieron mis hijos, ay, ay!-, vino a mí, un maestro muerto de hambre, y casi llorando imploró que le ayudara. El muy cabrón sabía cómo hacerlo. Le pregunté por qué no asumía la quiebra y no empezaba a vender los bienes que aún tenía para poder salvar lo salvable. Me contestó que no, que en su vida haría una cosa así, que en juego estaba su reputación y el bienestar de su familia. Pedí, pues, dinero, bajo palabra de honor, a una gente moldava que yo conocía y se lo di. El tipo se esfumó con mi dinero- y con el de vete a saber cuántos gilipollas más- y tuve que devolverlo con los intereses fijados.
Medidas, llamémoslas extrañas –yo que no entiendo de economía me puedo permitir esta expresión- se pueden encontrar también en la gestión que realizan los gobiernos para solucionar la crisis actual, y uno ya no sabe si atribuirlas a la estrechez de miras o a alguna mala intención. Países como España, Rumanía o Grecia, que no cuentan mucho –digámoslo claro- para la economía mundial, quieren permitirse el lujo de codearse en los gastos con potencias como Alemania, Francia o Inglaterra. El caso es que históricamente somos distintos, enfocamos el Universo de forma diferente. No es lo mismo levantar monasterios y catedrales que fundar empresas o construir fábricas. Producen ellos porque ellos fueron los que han inventado tecnologías y máquinas de todo tipo, relegándonos para siempre al puesto de meros consumidores.
Por otra parte, quien presta dinero se arriesga a que no se lo devuelvan. Y quien lo devuelve suele ser tomado por pringado. Chaushescu tuvo la idea fija de devolver la deuda externa del país. Lo consiguió, pero a qué precio; obligando a los rumanos a pasar hambre y frío. Occidente no puede tomar medidas tan drásticas; aún quedan políticos por contentar y elecciones por celebrar. Y no olvidemos tampoco que al dictador rumano le pegaron un tiro justo cuando acababa de pagar el último céntimo.
Estoy a punto de darle la razón al presidente actual de Rumanía, que decidió no tomar ninguna medida. La crisis es mundial, dijo, y hemos de dejar que pase ella sola. Se salva quien puede. ¡A que es genial! Para un alumno mío, muy macarra, las cosas también estaban muy claras desde el principio. Cuando empezó eso de la crisis, dijo que era una putada, pero que no iba a durar más de dos meses como mucho; y él ya se había sacado el carné de conducir y su padre ya le había comprado un coche rojo, Audi A5, como él quería. Si quiere, damos una vuelta juntos, profe, con pibas y todo.
3 respuestas a «Crisis pero con pibas y todo»
Yo conocí muyyyyyyyy de cerquita a un tipo igualito que tu amigo -no era tan gilipollas, pero reaccionó igual ante la ruina inminente-, y mi ingenuidad, como a ti, me costó un dineral. Por suerte, no tuve que pedir prestado a unos moldavos, simple y sencillamente, perdí dinero.
Pero no hay que llorar por la leche derramada.
Yo ni siquiera odio a ese pobre desgraciado: me da lástima.
Lo ha perdido todo: casa, mujer, hijos, amigos, negocios, dinero, coche, prestigio, reputación… Ahora es un deshecho humano sin esperanza con una vida de mierda, que daría un brazo por vivir como un maestro muerto de hambre.
No lloro. Simple y sencillamente, como dices tú, perdí dinero. Una pena.
El dinero, como la milonga o la rumba son de ida y vuelta