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La buena vida

Miguel Pérez de Lema

No es de ahora, el malestar viene de mucho antes, de los 70, de la primera crisis del petróleo. Hubo, desde la posguerra mundial, un mundo continuamente próspero, inocente y confiado, que casi no vivimos, que vivimos en lo más hondo de la niñez y es nuestro paraíso. Era la buena vida. Eran familias numerosas y madres jóvenes y padres que llegaban mucho más lejos que la generación anterior, sin apenas proponérselo.

Y luego se jodió todo. Subieron demencialmente los precios y se redujo el empleo. Y se perdió la inocencia. El mundo que funcionaba se fue parando, descomponiendo, envileciendo. Aquel mundo con un padre y una madre en cada casa, con seguridad absoluta en el empleo, con buenas escuelas, con disciplina en el consumo, con vecinos amables y casi como de la familia. Una vida, en suma, con fe, esperanza y caridad, que ya ha sido corroída totalmente por el sarcasmo de la posmodernidad y sustituida por la nada del presente.

Por eso, sólo nos queda desear un rápido final de este largo final, y quizá, si hay suerte, nos toque vivir un nuevo consenso, y una nueva prosperidad, aunque lo veo difícil.

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