Por Rodolfo Naró
Nada es lo que parece. En el año 2001 H. Pascal me invitó al Circo Volador de Puebla a leer poesía de mi libro Del rojo al púrpura. El lugar era una antigua casona virreinal en el centro de la ciudad. Había llovido todo el día. Una penumbra de cueva húmeda y fría me recibió, cuando la luz de la tarde caía como alas rotas sobre el patio central.
Antes de llegar, Judith Tiburcio me había advertido que aquel sitio estaba lleno de leyendas y pasajes de ultratumba. Pero mi sorpresa al entrar al auditorio, no fue encontrarme con fantasmas ni ruidos de cadenas ni llantos de huérfanos, sino ver un auditorio lleno de vampiros citadinos. Mi público esa noche serían chicos darketos vestidos de negro, con chaquetas largas de terciopelo y botas altas. Con el rostro pálido, de labios y ojos pintados de negro. Chicos con los cabellos en cresta de colores violáceos y uñas amoratadas.
¿Qué podemos tener en común?, me pregunté. El amor fue la respuesta. Al avance de la lectura, poco a poco fueron perdiendo importancia sus maquillajes y prendas de luto. Al comenzar la ronda de comentarios eran ya como cualquier muchacho preparatoriano. Descubrí que tenían los mismos puntos débiles que cualquier otro, las mismas dudas, que buscaban las mismas respuestas, que se enamoraban y sufrían el desamor de igual manera.
Hace unos días me pasó lo mismo en Facebook. Sergio Palacios Sa me pidió la amistad y como hago antes de aceptar, leí de qué ciudad me escribía y busqué sus afinidades conmigo. Vi que practicaba Jiu jitsu brasileño, un arte marcial basado en el judo y difundido en Brasil por su creador Mitsuyo Maeda, en la primera década del siglo XX. Vi fotos de un ring alambrado y a él trenzado con otro igual de rudo, de cabeza rapada y músculos de acero. Vi fotos de Sergio triunfante, con el puño en alto y un ojo cerrado por un buen golpe.
El Jiu jitsu brasileño es un deporte que se practica en el suelo. Una lucha cuerpo a cuerpo por ganar el control del oponente a partir de estrangulaciones sanguíneas. Según su fundador, el Jiu Jitsu enseña a aquellos hombres más débiles a enfrentar contrincantes de mayor fuerza sabiéndolos dominar en segundos al conocer sus puntos vulnerables. Después de enterarme los campeonatos que Sergio ha ganado, de verle los brazos tatuados hasta los codos me seguía preguntando, qué podríamos tener en común.
Continué leyendo las entradas de su muro, los mensajes entre él y su novia, poco a poco descubrí que de nuevo no sólo la fuerza del amor nos acercaba sino también las palabras, el peso aplastante y vivo de la poesía. Intercambiamos mensajes y en uno de ellos me dijo que era tan ferviente lector de mis libros que no sólo memorizaba mis poemas sino que también, desde hace siete años, se había tatuado uno de ellos en el brazo. Para demostrármelo en mi muro posteó la fotografía donde leí: “En el fondo del corazón / siempre hay una mujer”.
Uno escribe para compartirse, para llegar a los demás como una botella arrojada al mar. Uno escribe con la sangre del día. Sin máscaras, desnudo ante la aridez del papel. Uno escribe para que los otros lo lleven siempre consigo, para no caer en el saco roto de la memoria. Uno escribe o lucha con la apariencia que se arropa de terciopelos negros, de maquillajes pálidos o tatuajes como armadura inútil para disfrazar de rudeza la timidez y el amor. Le agradecí el gran homenaje diciéndole que no sólo éramos amigos sino también ya éramos hermanos de tinta y de sangre.
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Una respuesta a «Tinta y sangre»
He leído, (anteriormente) x otro medio tu art. me ha parecido muy interesante. Como todos lo tuyos Rodolfo. Es cierto: uno escribe para compartirse. Abrazo. Susana ( una mujer argentina).