por Juan Hopplicher
Fotografía en contexto original: 2015ymas
Bogotá se divide en estratos administrativos basados en lo inflado de las carteras de sus moradores: del estrato 1, infraviviendas e invasiones, pasamos gradualmente al 6, que son los apartamentos de lujo del norte. En la zona de los grises queda la clase baja del 2, la clase media cutre del 3, la clase media chic de 4 o la clase solvente americanizada del 5.
Pero no sólo el dinero delata el estrato.
Ciudad Bolívar obviamente es del 1. Mis alumnos son del 1. Y por si queda alguna duda de dónde vienen, tienen nombres que les marcarán de por vida como oriundos de las capas más bajas de la sociedad. Maicol Esmid Castaño, Jeidi Meiri Martín, Kevin Yohan Uribe… Son los conocidos como “nombres de estrato 1“, nombres de incultura y miseria. Padres analfabetos que han crecido deslumbrados por las películas de Hollywood y desgracian a sus hijos así. Un Brandon o una Leidi jamás dirigirán una empresa o se doctorarán porque cualquier movilidad social queda a priori imposibilitada. Están condenados al 1. No es divertido, es intolerable. En pocos casos se hace tan legítima -e imperativa- la intervención del Estado en los slums como en este. Debería estar prohibido salirse del pastoral católico-hispánico o de los nombres indígenas, bellos y autóctonos. Una ley reguladora sería un anecdótico pero importante primer paso para romper el ciclo de la pobreza.
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6 respuestas a «Nombres de estrato 1»
Peor sería que se llamaran Zapatero Rambo, Rubalcaba Crowe o Bibiana Pajín, por poner algún que otro ejemplo…
O al menos, el Estado debería obligar a que los funcionarios escriban los nombres como son en inglés, no como se pronuncian.
En Filipinas tienen -más bien tenían- los nombres más hermosos del Imperio español. Alguien decretó que, en determinada fecha, todos los habitantes debían cristianizar y castellanizar sus nombres. Pusieron unas mesas con unas listas y la gente elegía los que le parecían más sonoros.
Ay, los buenos tiempos.
Infortunadamente es la cruda realidad….realidad tan cruel como sus propios nombres
que por lo menos escriban los nombres bien mejoraría la situación, pero tampoco mucho (no resulta verosímil que sean extranjeros)
he visto por encima los nombres de los muertos y heridos del ejército español en Afganistan. Creo que también se podría hablar de «nombres para carne de cañón».
mil abrazos proscritos desde bogotá.
Supongo que lo de los nombres siempre ha sido así.
La única diferencia es que antes el pobre se llamaba Fulgencio.
Os contaré una anécdota que me contó una amiga que hoy ronda los 50: en su casa eran varias chicas y por fin nació el deseado varón. Una de las niñas propuso que le llamaran Íñigo, y el padre dijo: no tenemos posición económica para poner al niño ese nombre.