Había miles de personas en la Puerta del Sol, pero ninguna bandera.
Sólo carteles más o menos artesanales, entre ellos uno en los que se pedía que no se consumiera alcohol. Supongo que para que los políticos no nos ninguneen diciendo que sólo somos unos colgados celebrando un botellón. Y para evitar que el alcohol pudiera envalentonar a quienes gustan de romper escaparates, quemar contenedores y tirar cócteles molotov a la policía.
Pero nosotros somos cuarentones y no tenemos edad de sentarnos en el suelo a beber litronas, de modo que abrimos unas latas de cerveza y después, ya vacías, nos las llevamos para tirarlas a un contenedor.
El ambiente era pacífico, casi aburrido: a una chica la abuchearon por romper una lona publicitaria para hacer una pintada. Ni violencia ni vandalismo. Que la clase política se dé cuenta de que es el pueblo, el que paga las facturas, quien está pidiendo el cambio.
Alrededor del puesto de viandas, que comparte espacio con lo que podríamos llamar “gabinete de prensa” del movimiento, había algo más de animación: regalaban bocadillos –al parecer, la gente está siendo tan solidaria que tienen exceso de comida-, extendían lonas… Había gente de todo tipo y de todas las edades, los rastas y los que tienen pinta de antisistema eran algo anecdótico, aunque admito que los okupas eran los más organizados. Mucho gafapasta, pero no deberíamos llamarnos a error. Que lleves gafas no quiere decir que seas de izquierdas, sino que has llegado a una edad a la que no ves un pijo.
Una edad en la que estás harto de que el Estado sólo te ponga la zancadilla, en la que te sientes insultado cada vez que Blanco, Rajoy, Zapatero, Cospedal, Rubalcaba o cualquiera de la casta abre la boca, en la que te sientes infantilizado cada vez que te prohíben ser libre por tu bien.
Una edad a la que te duele imaginar cómo se ríen de ti en sus despachos, en sus coches oficiales, en sus chalets, en las espectaculares bodas de sus hijos.
Ahora bien, o empezamos a organizarnos en serio ya, o todo esto no habrá servido de nada. Mucha gente reclama un líder (ah, cómo me acordé anoche de la Comandante), esperan órdenes; pero nadie quiere significarse.
Poco podremos hacer ya para las elecciones municipales, pero las generales serán en marzo. Esta es sólo la primera batalla, la que sirve para que midamos nuestras fuerzas y cojamos confianza; pero la batalla decisiva sería en las elecciones generales.
Propongo que consigamos las adhesiones de otros movimientos y que fundemos un partido político con las propuestas (las propuestas, no el manifiesto) como programa electoral. En caso de que ganáramos, cumpliríamos el programa electoral lo más rápido posible, disolveríamos el partido (la disolución formaría parte innegociable de nuestro programa) y convocaríamos elecciones generales.
Por cierto, con todo esto estamos demostrando el inútil y obsceno gasto que suponen las campañas electorales: estamos movilizando a miles de personas sin gastarnos un euro del contribuyente.
Una respuesta a «15, 16, 17 y 18M. El siguiente paso»
Y lo siento, no puedo resistirme a colgar unos premonitorios pasajes de Seduciendo a dios.
“No hemos convocado a nadie por Internet porque esto sólo es una
travesura. Cuando la voz me pida que entremos en acción de verdad,
podremos convocar a millones de personas, incontenibles por estos
hombres de uniforme”.
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“Me acerco a los policías. Calibro que, excepto el jefe, todos son
algunos añitos menores que yo, suficientemente jóvenes para mirarme
como mujer antes que como enemigo. Tengo una buena boca, una
mirada desafiante y un abriguito de mujer a base de bien, eso hace
que miren a las tetas y no reparen en mis pies.
La mujercita que creen que soy les sonríe. Ellos no saben que están
ante un comandante. Un soldado. Tengo aspecto de coquetuela
incorregible, pero mis botas son militares. Sé lo que es una orden. Sé
como funciona esto. Si humillas al jefe, los demás se batirán en retirada.
Y una mujer no puede humillar a un hombre a hostias. El jefe
es casi medio metro más alto que yo, lleva la cabeza afeitada y, por su
musculatura, se adivina que es un adicto a las máquinas de pesas.
—¿Pero vosotros no sabéis de qué va esto? —pregunto con divertida
sorpresa— Nosotros hemos venido por un cartel en la calle.
Estábamos cenando en un restaurante de aquí al lado —el viejo truco
de no somos como estos pelados —Vimos el cartel y nos hizo gracia.
Éste —golpeo el papel que Manuel sostiene entre las manos con la
energía de un general que exige respuestas a sus subordinados— ¿a
vosotros os han mandado aquí por un poema de Mayakowski? —se
oye alguna risita entre el público. Algún enterado. La gente bulle
adivinando que va a divertirse— ¿Al alcalde le asustan los poetas? Al
alcalde no puede ser, es un hombre cultivado —más risas—. ¿Al jefe
de policía le da miedo un poema? —a mis espaldas la gente ríe— Pero
a ver, yo he venido aquí por el cartel ¿Qué significa este poema?
—¡Y yo que sé!
—¿Y no sientes curiosidad?
En la calle se hace un silencio expectante, yo he fumado lo suficiente
como para aguantar la mirada de este hombre, que está muchos
peldaños por debajo de mí. Yo soy algo inalcanzable para él, una zorra
que habita en otro universo.
—Hago mi trabajo y no pregunto.
—Si yo tuviera tu trabajo, comenzaría a hacerme preguntas.
La multitud quiere espectáculo, por la calle se eleva un OOOOoooo
desafiante que podría disparar los nervios de un policía poco templado.
Me mira con odio intentando leer en mis ojos, que le sonríen
con la inocencia de un ama de casa que ha salido a comprar un kilo
de judías verdes, tres cuartos de cinta de lomo y medio de peras. De
buena gana me daría un par de hostias, pero no le he dado todavía
un motivo que pueda justificar el exceso delante de tanto testigo. Me
mira como quien ha reconocido al enemigo que no puede detener.
—Por ejemplo ¿te has preguntado por qué está toda esta gente
aquí? Nadie sabe a qué ha venido.
Me mira con los ojos entrecerrados, como si sus párpados fueran
un chaleco antibalas que pudiera protegerle de mi sonrisa. Me vuelvo
hacia el público.
—¿Alguien sabe a qué ha venido?
—Nooooooo —contestan todos muy divertidos a la vez.
Puedo oír que la respiración de mi contrincante se hace más dificultosa,
eso me da alas.
—¿Te das cuenta? Un chalado ha escrito un cartel y ha pintado un
dibujito. Y ha convocado a cientos de personas. También ha conseguido
que el Ayuntamiento se gaste una pasta en policía. Y a quien haya
planeado esto le ha salido casi gratis —en la calle se ha hecho un silen59
cio que me hace grande y poderosa— ¿Vas a esperar a que convoquen
a la gente por Internet y sean millones, para hacerte preguntas?
Me gustaría poder ver las caras de quienes elevan un murmullo
alrededor, pero no puedo apartar la vista de estos ojos que no entienden
lo que estoy diciendo, que lo entenderán cuando sea demasiado
tarde».