Por Marisol Oviaño
Fotografía en contexto original: lavianapia
El hombre en la sombra me invitó ayer a comer en su casa.
Él había pensado hacer salmorejo, pero el día estaba lluvioso y fresco y apetecía más algo caliente: acabamos haciendo una paella de verduras, pollo y gambas congeladas mientras nos tomábamos unas cervezas. A pesar de éstas, el arroz salió en su punto y mi anfitrión abrió una botella de Lambrusco para comer.
Cuando estábamos en lo mejor de la sobremesa, sonó el telefonillo. No es raro que sus amigos se pasen sin avisar por su casa de soltero, el hombre en la sombra vive en un eterno capítulo de la serie Friends.
– No espero a nadie –me dijo con cara de sorpresa.
Se levantó de la mesa y fue a ver quién osaba interrumpirnos.
– Ah, son los franceses que han alquilado el piso de Laura, van a casa de mi hermano y se han equivocado al darle al botón –dijo cuando regresó.
Su hermano vive en la puerta de al lado, era una explicación muy plausible. Pero no había terminado de sentarse cuando sonó el timbre de la puerta.
– Joder -masculló de mala leche.
Al parecer, su amiga del tercero está viviendo en Marruecos y alquila su apartamento a turistas. Y el hermano de el hombre en la sombra es el encargado de atender a los clientes. Pero no estaba en su casa. Los viajeros, un matrimonio francés de mediana edad, parecían agotados. Mi amigo los dejó en la puerta y entró farfullando en el salón.
– Me cago en la leche, estoy harto de que siempre me caigan a mí estos marrones.
La verdad es que los franceses estaban resultando muy inoportunos, estábamos adentrándonos en una de nuestras largas y enriquecedoras conversaciones cuando ellos habían aparecido en escena.
– Ya verás como ahora mi hermano no me coge el móvil –dijo cogiendo el teléfono con mala leche.
Efectivamente: las dos o tres llamadas que hizo resultaron infructuosas.
– Ahora a ver si yo encuentro en su casa las llaves del apartamento de Laura, que tiene cojones- farfulló cogiendo una caja llena de llaves.
Hay que reconocer que estos solteros saben organizarse como una familia: todos tienen llaves de las casas de los demás. Mientras el hombre en la sombra revolvía con violencia en la caja buscando las del piso de su hermano, iba encabronándose más y más. Tampoco los franceses tenían buena cara. Y temí que aquella tontería acabara transformándose en un conflicto internacional que nos estropearía la tarde.
– No te hagas mala sangre. Vamos a tomárnoslo con sentido del humor: ayudamos a este pobre par de turistas y de paso yo veo el apartamento de tu vecina. Ya después le echas la bronca a tu hermano.
– Sí, será lo mejor.
Salimos juntos a la puerta, el hombre en la sombra trató de entenderse con el hombre en su francés de instituto, pero no había manera. Yo intervine preguntándole Do you speak english?, y el hombre afirmó con rotundo alivio: Yes. Pero él tenía un inglés demasiado básico y yo llevaba siglos sin practicarlo y así, sin calentamiento, me cuesta hacer frases simples y sólo me salía un inglés barroco e incomprensible. Como nosotros habíamos decidido tomárnoslo con sentido del humor, nos reíamos de la situación, pero a los franceses no parecía hacerles tanta gracia. En esto pasó una pareja joven que subía la escalera y, cuando estaban a punto de llegar al tercero, él asomó la cabeza por la barandilla y dijo:
– ¿Necesitáis un intérprete de francés?
Cinco minutos más tarde, los franceses tomaban posesión de su apartamento y el hombre en la sombra y yo, de vuelta en su salón, nos reíamos de la escena de sainete que acabábamos de vivir. Para celebrarlo, él se terminó el Lambrusco que había quedado de la comida, yo me puse un whisky y estuvimos hablando hasta bien entrada la noche.
Había faltado un pelo para que el problema de los franceses nos amargara la fiesta. Por fortuna, los dos somos buenos nadadores y supimos aprovechar la ola.
2 respuestas a «Aprovechar la ola»
si todos nos pararamos un par de minutos a pensar si merece la pena que nos «encabronemos», no nos «encabronaríamos» el 90% de las veces que lo hacemos.
Absolutamente de acuerdo con la propuesta y con el comentario de Marta. Resulta difícil de comprender, pero pese a que tenemos experiencias como la del relato, nuestro primer impulso, antes de reflexionar ese par de minutos, como dice Blanca, es «encabronarnos». Lo que no deja de sorprenderme es que ese siga siendo nuestro primer impulso. ¿Será el síndrome de pelea-huida de nuestros ancestros de Atapuerca?