Por Juan Hopplicher
Aquí, en Ciudad Bolívar, muchas familias pasan por la horca del abuso sexual. Nunca trato el tema con los chicos, claro está, de eso se encarga una psicóloga. Sin embargo tengo un amigo, Jhon, ex alumno y ya veinteañero, con el que me siento más flexible a la hora de conversar. El otro día estábamos hablando de una de las niñas que es abusada por su padrastro desde los cuatro años. Amablemente y para ayudarme a entender, Jhon me contó que su padre a veces también volvía borracho a casa por las noches y violaba a su hermana mayor. Empezó a desglosarme los trámites que hay que seguir para enfrentar el problema cuando, de repente, recordé cómo es su casa.
-Pero -interrumpí ingenuamente- ustedes no tienen cuartos independientes…
Mi amigo bajó la cara, descompuesto y rojo, y siguió hablando de abogados y policías, obviando mis palabras.
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Una respuesta a «El horror y sus testigos»
esa frase
«Pero -interrumpí ingenuamente- ustedes no tienen cuartos independientes…»
es un monumento
un monumento a la estupidez occidental que se sorprende de que exista…. la pobreza