por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: wikipedia
Sólo cuando muere uno de mis semejantes me doy cuenta de que yo también soy mortal. Nosotros, los europeos, somos injustificadamente arrogantes.
En uno de sus cuadros, el artista japonés Andō Tokutarō pinta un paisaje invernal. Llama la atención la humilde actitud del hombre, la aceptación silenciosa de la abundante nevada. No se escandaliza, no chilla, no berrea. Tampoco se quejaría de una abundante lluvia ni le molestaría un viento que soplara un poco fuerte. Es su manera sensata de mirar la Naturaleza que le rodea. Asume calladamente su condición de microorganismo. A él no le situó el Renacimiento en el centro del Universo, no le enseñó a codearse con la Divinidad ni le dio a entender que fuera el mandamás del Planeta Tierra.
Supongamos que la nieve es un tsunami y este hombre sobrevive milagrosamente, que es como se sobrevive tras tamaña catástrofe. ¿Se comportaría como un ingrato europeo chillando, reclamando derechos – a quién, tal vez al Universo mismo-, pataleando y lanzando chorreantes improperios a diestro y siniestro? No lo creo. Se arrodillaría para dar las gracias al cielo por su bondad y se pondría manos a la obra.
También en Rumanía hubo un terremoto bastante fuerte. Ocurrió el 4 de marzo de 1977 con un saldo de más de 1500 muertos en Bucarest. Bajo lo escombros pereció la nieta del dictador Nicolae Chaushescu. Se buscaron culpables, debían rodar cabezas, y se inició lo que todos conocieron con el nombre de “proceso de los constructores”. Hubo miedo, pánico, temor a una oleada – o tsunami- de persecuciones injustas.
Quedan muchos testimonios de aquella desgracia, la mayoría, relatos sobre la actitud de la gente, sobre la faceta humana de las personas; querían ayudar, echar una mano, apartar los desechos con las uñas en busca de supervivientes. Uno ellos se preguntó si harían lo mismo estos ciudadanos europeos en quienes nos hemos transformado. Conoceremos la respuesta cuando otro temblor, que dicen se acerca, nos golpee.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
3 respuestas a «Este resignado japonés»
Impresionante Robert.
No por cómo escribes, que también.
Un gusto leerte y saborear la esencia.
Gracias.
El egoísmo es la seña de identidad de esta sociedad, que no creo que tenga exclusivamente identidad europea: existe allá donde haya una desaforada sociedad de consumo. Leí el otro día en alguna parte que entre los japoneses que vivieron Hiroshima y los japoneses de nuestra generación hay una gran diferencia, que uno de los ancianos resumía así: mis nietos sólo piensan en todo lo que no podrán comprar mañana.
Sin embargo, yo quiero creer que si un terremoto viniera a derrumbarlo todo, nos ayudaríamos unos a otros. No quedaría otra.
Me alegro que te guste, Nancy.
Las generaciones han cambiado, es verdad, Marisol, pero hay en este pueblo una entereza de ánimo ante la adversidad difícil de superar por ningún otro.