por Marisol Oviaño
Fotografía original: longstreet
En tiempo de crisis, la calle se llena de vendedores.
Y yo estoy trabajando al otro lado del escaparate, con la puerta abierta al público: no tengo escapatoria.
Los vendedores, como los policías, tienen un nosequé que los hace inconfundibles, y antes de que abran la boca ya sé a lo que vienen.
Respeto muchísimo su trabajo: sin ellos, ninguna buena idea prospera. Pero ahora la crisis ha empujado a la calle a gente que no tiene ni formación ni talento comercial. No todo el mundo vale para vender, del mismo modo que no todo el mundo vale para escribir. Para invadir la casa de otro y tratar de venderle algo, hace falta un talento especial, algo de autoestima, mucha cara y muchísima psicología. Y si además cuentas con el apoyo -y el sueldo- de una gran empresa que realmente forme a sus vendedores, mejor que mejor.
Hace unos años, si alguien osaba interrumpirte en tu trabajo, era porque había estudiado el sector y sabía que podía cubrir alguna de tus necesidades. Ahora te asalta todo el mundo que necesita pasta.
Un buen número de los que ahora pasan por aquí sólo tienen una imperiosa necesidad: ganar una miseria para llevar algo de comer a sus familias, ya sean chavales en edad de estar en el Instituto con trajes de su padre, divorciadas que hacen pendientes, bufandas, jabones y comida casera; o antiguos comerciales de inmobiliaria que se han reciclado en vendedores de alarmas o representantes de bisutería al por menor. Tenemos que comer. Y hacemos lo que sea para ganar un poco de dinero.
Antes de entrar, los buenos vendedores se paran a leer los textos que tenemos colgados en el escaparate, así se hacen una idea del tipo de “negocio” –por llamar de alguna manera a esto- al que van a entrar. Cuando abren la puerta, se ven sorprendidos por el olor a incienso, lo que les da tema para romper el hielo ¡qué bien huele aquí! Un vistazo a la decoración, los libros y mi ropa de mercadillo les basta para saber que están en un sitio raro. Y utilizan toda esa información para adaptar su discurso a la persona que creen que soy: Huele a incienso ¿no? ¿Nag Champa? Muchas veces son tan buenos, que lamento no tener un chavo para comprar lo que venden.
Los malos no se fijan en nada, no analizan a su interlocutor, y manejan un breve y simplón repertorio que vale igual para el farmacéutico, el cura, el panadero o las putas. Me gustaría saber quién les ha enseñado técnicas comerciales, pues suelen empezar mintiendo y tomándote por gilipollas: No te asustes, que no vengo a venderte nada, y algunos son particularmente maleducados. Si estás hablando por teléfono, te miran con fastidio para que cuelgues de una vez; si tienes la mesa llena de papeles, los arrinconan sin ninguna consideración para hacer sitio a sus muestrarios y nunca, nunca, nunca, preguntan si te viene bien atenderlos. Parecen creer que estabas deseando que vinieran a romperte la concentración que necesitas para corregir subordinadas de más de cinco líneas. Unos te tratan como si fueran viejos amigos –por ejemplo, el gitano al que de uvas a brevas le compro una planta: pretende darme dos besos cada vez entra-; y otros se muestran excesivamente agresivos y no disimulan su enfado si les dices que no te interesa nada lo que intentan venderte.
El mundo es un gran bazar y todos tenemos algo que vender: desde el que te ofrece más baratas las recargas de tóner, a la que te asegura que sus clases de escritura te procurarán una perdurable fuente de felicidad.
La supervivencia no consiste en otra cosa que en vendernos a nosotros a mismos.
2 respuestas a «Vendedores»
Ánimo, a tí te tocan comerciales presenciales, a mi me tocan las narices los que te llaman por teléfono sin importarles un pimiento si te interrumpen en el trabajo, se te quema algo al fuego de la cocina, o despiertan a alguien, etc con las irresistibles ofertas para cambiarte de Compañia de teléfono, del gas, de seguros, de banco, de tarjeta de crédito, de talones de «descuentos increibles» en hoteles…
«La supervivencia no consiste en otra cosa que en vendernos a nosotros a mismos» dices, y no te quitaré la razón, pero ¿cómo vamos a sobrevivir a las toneladas de intoxicación que hay en internet hoy en relación a la Alarma Nuclear (desde luego alarma cierta, indiscutiblemente) en Japón? Miles de personas ¿desconfiadas? ¿chalados? ¿conspiranoicos? están convencidos que se está ocultando información, (eso no me extraña), pero es que hasta he leido por ahí que alguien sostenía la locura de que con una bomba atómica han provocado el maremoto que ha causado el desastre, porque al «Imperio» le interesa matar gente por millones sin levantar sospechas, ocultándose tras presuntas catástrofes naturales provocadas, ya que sobra población mundial. Por no mencionar a los miles que hablan de no se qué profecías del fin del mundo… ya veremos cómo se sobrevive a tanta confusión, demagogia y quien hace tanto dinero con tanta tontería escrita.
Mientras tanto, Marisol, por favor, envíame el catálogo de Proscritos de venta por internet de aspiradoras, cubos de basura o de lo que sea que vendais ahí para sobrevivir a internet lleno de mentiras tóxicas.