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La niña bonita

No sé muy bien qué diferencia hay entre fe, esperanza y certeza.
Tampoco la diferencia entre dios, conciencia y energía universal.

Sólo sé que hace quince años yo tenía fe.
A pesar de que quien compartía la carga conmigo intentó arrancarla de raíz, por mi bien, para que la dura realidad no me hiriera. Si decía no te hagas ilusiones, yo intentaba en vano no hacérmelas. Si él decía ya has oído a los médicos: como mucho quince días, yo intentaba convencerme a mí misma de que los médicos sabían de lo que hablaban. Pero mi hija seguía dentro de mí, dándome patadas, como diciéndome: “¡Eh, que estoy viva!”.

Y la voz -eso que para mí es fe, esperanza, certeza, dios, conciencia y energía universal- incordiaba lo suyo. Exigía que desobedeciera.
Y desobedecí.
También mi madre: cuando le dije que la hija que llevaba en mi vientre iba a morir, comenzó a tejer un jersey contra la muerte. Y se prometió a sí misma que, si la niña moría, lo arrojaría al fuego de la chimenea.

Pensaba todo esto el sábado por la noche, mientras me vendaba un dedo con gasa y esparadrapo: me corté troceando pollos para los fastos del quince cumpleaños de mi hija.
Ésa que a lo sumo iba a vivir dos semanas.
Ésa que me preocupa, me abraza y me habla.
Ésa que me hace reír, pensar y cocinar.
Ésa a la que enseño todo lo que sé.
Quince años, la niña bonita.
Mi niña bonita.

Ahora los invitados se han ido, ella y su hermano duermen.
Y yo escribo sobre el orgullo de haberla parido.
Ha sido un domingo de mucho trajín.
El gato y yo estamos cansados.

0 respuestas a «La niña bonita»

Es curioso, el otro día hablaba con un amigo que no pasa por el mejor momento, y mirándome a los ojos, me dijo… Estoy tranquilo he hecho muchas cosas, y quizá siga haciendo muchas más… Pero, sobre todo, cuando llego a casa, abro la puerta de la calle y escucho las voces de mis hijos… sus discusiones, sus preguntas, sus sueños, sus miedos… Pienso, si no hago nada más, ya he hecho suficiente… Mi amigo está separado y los hijos viven con él… Es vedad que esa proyección en nuestros hijos es natural… y, en algunos casos, puede dar sentido a nuestra vida. Pero, de cualquier forma, tengas o no tengas hijos, pienso que hay que conseguir estar bien contigo, aceptarte, saber que cada día haces lo que puedes, que volverás a equivocarete, a caerte, a levantarte… Y, a veces, cuando la casa se queda en silencio, está bien tener un gato complice, como Marisol, y sentir que día a día seguimos hacia adelante, cansados. pero…

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