por Juan Hoppichler
El visitante leyó hace años los textos de Walter Benjamin sobre la literatura del flaneur y el arte de perderse en la ciudad. Desde entonces, ese vagar ensimismado y sin meta por viejas urbes europeas se convirtió para él en una afición saludable y económica.
El visitante empero descubrió una tarde gris de diciembre que teorías alumbradas en el París de entreguerras pueden ser excentricidades cuasi suicidas en el Bogotá del siglo XXI.
Sucedió que caminado por la Carrera 5 llegó a ese barrio que trepa la colina y al que llaman Perseverancia.
El visitante pensó que aquello era bonito y no merecía la mala fama que tenía signada. Muy benjaminianamente decidió adentrarse a husmear.
Subió. No tardó más de una cuadra en sentir un peso abalanzándose sobre la espalda. Y golpes.
-¡La plata!¡La plata!- escuchó.
Se giró. Zas. Recibió un golpe. Zas Zas. Cayó al suelo.
-¡La plata!
El visitante atinó a sacarse una cartera debidamente desprovista de tarjeta y dársela a su psicoactivo atacante, que huyó satisfecho.
El visitante, algo perjudicado pero tranquilo, salió del barrio pensando que por fin había sucedido aquello de lo que tanto le habían alertado. Y como si hubiera vencido sobre un miedo, se sintió eufórico. Tampoco había sido para tanto.