Todos los escritores están agazapados tras lo que escriben. Aunque no lo sepan, aunque escriban novelas de fantasía y aventuras, aunque hablen de temas que no tienen nada que ver con ellos. El escritor es un exhibicionista por naturaleza y siempre está haciendo literatura; no sólo cuando escribe: también cuando charla en la barra de un bar, hace la cola en la panadería o practica el noble arte del coito. Vive para contarlo y escribe para pasar la vida a limpio.
Pero eso no quiere decir que el escritor sea un notario de la realidad (creo que fue Cela quien acuñó esa expresión), ni que lo que el escritor escriba vaya a misa o sea palabra sagrada. De un escritor se puede esperar todo, menos que te cuente la verdad. Porque no sabe. No sabemos. Todo lo que escribimos pasa antes por el filtro de la literatura y todos, absolutamente todos nosotros, damos sobre el papel rienda suelta a nuestras fantasías. Así, es frecuente encontrar a escritoras bajitas y gordas que escriben sobre mujeres altas y delgadas, pajilleros solitarios que nos enamoran con la virilidad y promiscuidad de sus personajes, fracasados que nos hacen soñar con el placer de la venganza, etc.
En estos días, sigo la absurda polémica sobre lo de las menores japonesas que aparecen en un libro de conversaciones que firman Dragó y Boadella, dos fabuladores natos con los que nada tengo en común.
Hace pocos días, el PSOE proponía en el Congreso una iniciativa (sea esto lo que sea) para evitar los juegos sexistas en los patios del colegio. Hoy leo que el PSOE se querellará contra Dragó por lo de las japonesas, que para mí es algo así como querellarse contra Madame Bovary, por ejemplo.
Tendré que tener cuidadito con lo que escribo: cualquier día la policía del pensamiento puede venir a por mí.
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La policía del pensamiento ya es mala. Pero hay otra peor (quizá el paso siguiente, tal como van las cosas): la policía de la intención.
Antes de que se inventaran siquiera las jineteras pasé unas vacaciones en Cuba, de donde volé a México para regresar a La Habana una semana después, muy de mañana. A mi regreso, la burocracia kafkiana de Cuba me impidió salir del aeropuerto, de modo que tuve que pasar el día entero allí dentro antes de tomar el vuelo de regreso a Madrid, esa misma noche. En mi misma situación estaban otros españoles, uno de los cuales me refirió esta historia:
Al ir a emprender el vuelo hacia México, como yo, una semana antes, el aduanero le había preguntado si llevaba dólares. Él respondió que sí, pero que iba a regresar. Le contestaron que no podía sacar dinero del país, y que aquellos 50 dólares se tenían que quedar en la aduana, custodiados hasta su regreso. Para poder hacer el canje le dieron un vale. De modo que, al terminar de contarme la historia, se fue a reclamar su dinero. La respuesta de los aduaneros fue que aquellos dólares había sido requisados, porque ‘iba a sacar dinero del país, y eso estaba prohibido’. Él alegó que no había tal delito, porque no había llegado a sacar los 50 dólares de Cuba. Y el aduanero (o policía, o militar, que allí son todos lo mismo) respondió triunfalmente «¡Pero iba a sacarlos!»
Confío en que el Sr. Rubalcaba no sea lector de este blog. Sólo faltaría que le diéramos más ideas.
Hola proscrita,yo no soy escritora,pero si lectora,mi compañero ideal en cualquier momento,es un libro y cuando es bueno más que un libro parece mi amante,estoy deseando llegar a casa para mirarlo y me reprimo para no leerlo de un tirón,deseando que no se acabe y si alguien me dice que no se lo ha leido,pienso,que suerte poder descubrir por primera vez esta maravilla.El escritor debe tener libertad absoluta para escribir y el lector para opinar.