«Ha estado aquí durante siglos. Quizá la mayor obra del hombre en todo el mundo occidental y no tiene ninguna firma. Chartres. Una celebración de la gloria de Dios y de la dignidad del hombre. Todo lo que queda, parecen pensar la mayoría de los artistas hoy, es el hombre. Desnudo, pobre, retorcido tubérculo. No hay celebraciones. El nuestro, nos dicen los científicos, es un universo desechable. Es posible que sea esta gloria anónima entre todas las demás cosas, este rico bosque de piedra, este canto épico, este gozo, este grandioso salmo de afirmación, lo que elijamos cuando nuestras ciudades sean sólo polvo; para que permanezca intacto, para indicar dónde estuvimos, para dar testimonio de aquello que había en nosotros para ser llevado a cabo. Nuestras obras en piedra, en pintura, en papel, se conservan, algunas de ellos desde hace algunas décadas, o un milenio o dos, pero todo debe caer en la guerra o destruirse en la ceniza última y universal: los triunfos y los fraudes, los tesoros y las falsificaciones. Es ley de vida, todos moriremos. ‘Tened buen corazón’, claman los artistas muertos desde el vivo pasado. Nuestros cantos serán completamente silenciados, pero ¿y qué importa? Seguid cantando. Tal vez el nombre de un hombre no importa tanto».
Monólogo de la película «F for Fake», escrita, dirigida y protagonizada por Orson Welles.
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Fantástico. La voz de Orson Welles es ya, por sí sola, una obra de arte. En lugar de un hermoso texto sobre lo grandioso y lo efímero, este hombre podría haber leído un prospecto de supositorios para la tos. El resultado habría sido el mismo: un trance hipnótico. Alguien debería obligar a los actores españoles a pasar unos cuantos años en una escuela de teatro inglesa o americana, antes de poder trabajar.
¿He dicho trabajar? Tal vez exagero.