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Disfrutando

por Marisol Oviaño

Mirad cómo disfruta.
Los niños se han marchado al Bernabeu, y no volverán hasta mañana.
Acaban de darnos un beso de despedida y ya estamos, él y yo, dueños de la casa; él en su sillón de gato, yo en mi sofá de gran proveedor. Al fin un poco de intimidad y silencio después de una semana demasiado intensa.

La bendición del sol, que todavía no tiene dueño, se derrama sobre nosotros y se enfría en los cubitos de hielo del whisky que señala el comienzo del fin de semana.
Dentro de un rato tendré que ponerme a trabajar, pero no pienso en ello: me distraigo haciéndole fotos al gato y dando gracias a Quien Corresponda por haber puesto este piso-balneario en nuestro camino.

Cuando el sol se retira de nuestra ventana, me levanto del sofá y comienzo a preparar las clases de la próxima semana.
El gato no tiene que ganarse la vida, así que sigue durmiendo.
Una hora después, empiezo a tener frío y decido encender la chimenea.
Pero, antes, hago un par de llamadas; para asegurarme de que nadie me invitara a cenar: no me gusta desperdiciar leña. Confirmo que nada ni nadie me va a sacar de casa hoy y le quito el sillón al gato, para preparar un buen fuego cómodamente sentada.

Él aprovecha para hacer unas gestiones: desperezarse, comer y visitar el arenero. No tarda en volver para mirarme acusador: odia que cambie las cosas de sitio y considera que este sillón es de su exclusiva propiedad. Se lo devuelvo, porque tengo que seguir trabajando, y él se tumba al calor de la chimenea como el rey de la selva que cree ser.
Un par de horas después, doy la jornada por concluida, salgo a la terraza a por un par de troncos, desalojo al gato del sillón y me instalo frente al fuego

Mirad cómo disfruto.

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