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El primer fuego de la temporada

primer fuego

Cada año la primavera interrumpe mi idilio con el fuego.
Y durante los meses de sol y buen tiempo, no pienso en él.
Pero siempre llega un día, antes de que el otoño dé paso al invierno, en que me invade una imperiosa necesidad de quedarme a oscuras frente a él y ser sólo suya.
Y entonces arranco el coche y conduzco con la música muy alta hasta donde sea necesario; por él salgo a la carretera, me meto por caminos embarrados, paso frío y me deslomo cargando el maletero.
Cada día estoy más vieja para esta pasión pirómana.

Al día siguiente, donde hubo fuego sólo habrá cenizas.
Recogerlas es el tributo que tengo pagar por ese embrujo en el que todo vuelve a cobrar sentido. Limpiar la chimenea es para mí un acto casi religioso, una ofrenda por el placer recibido.

– ¿Dónde compras tú la leña?- pregunté el otro día al hombre que me habla.
– No compro leña.
– ¿No tienes chimenea?- pregunté extrañada.
– Sí.
– Ah, que no te gusta el fuego…tampoco.
– Me encanta.
– ¿Entonces?
– Luego es un coñazo limpiarlo todo.

Ayer por la mañana, antes de ir a trabajar fui a por leña.
Ya entrada la noche, frente al primer fuego de la temporada, recordé aquella inocua conversación:
tres preguntas
una afirmación dubitativa
y cuatro respuestas.
Nada más.

Y, sin embargo, frente al fuego, lo explicaron todo.

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