por Robert Lozinski
Fotografía en contexto original: img
Aída es española y trabaja en Radio Francia Internacional. Ha venido a Rumanía para hacer unos reportajes sobre la vida de los gitanos. El tema principal es la expulsión de los gitanos rumanos de Francia.
Prepara las entrevistas minuciosamente y se pone nerviosa cuando la gente que tenía que entrevistar no contesta las llamadas a pesar de haberlo acordado antes. Esto nos ha pasado con el único diputado gitano en el Parlamento Rumano, nos ha ido dando largas, la última excusa era que tenía que ir al dentista.
Cálmate, se dice Aída, y busca en su agenda otros números y nombres.
Yo soy su traductor y acompañante y me gano unos euros, en 4 días el sueldo de todo un mes aproximadamente. Aída alucina cuando yo le digo que cobro 350 euros al mes como profesor de castellano en el Liceo Bilingüe «Miguel de Cervantes Saavedra» de Bucarest, doctor en filología y otras medallas honoríficas; y que mi amigo Silvio, profesor de deporte, que ha hecho de chófer, gana 170 más o menos, trabajando en un centro donde los alumnos, muchos de ellos gitanos, zurran a los profesores si no son buenos. A mi amigo esto no le pasa; es un buen psicólogo y un gran pedagogo, y sabe esquivar puñetazos, patadas y escupitajos.
Le digo a Aída que a la gente le cuesta cada vez más entender una democracia con desempleo, sueldos indignos y precios aberrantes.
Todo lo que se ha construido en este país, le aclara Silvio, carreteras, pisos, escuelas y hospitales son obra del dictador fusilado.
A lo mejor, nuestros argumentos le parecen demasiado elementales.
Pero al trabajador sin trabajo, al pensionista sin pensión o al asalariado con el sueldo rebajado, cualquier teoría sobre no sé qué cambio de no sé qué sistema le suena a simple engaño.
Estamos en Barbulesti, aldea mayoritariamente gitana, a unos 60 kilómetros de Bucarest. El alcalde, Ion Cutitaru, también es gitano. Razona de una manera sencilla y sin complejos. A Sarkozy, en su opinión, se le ha ido la olla. Quizá se sienta acomplejado por el hecho de no ser francés él tampoco, dice con sorna.
En Sintesti, otro poblado con gran porcentaje de población gitana, el Bulibasha (una especie de autoridad local) nos da su número de móvil y nos invita a festejar con los suyos y otros representantes de su raza el 40 aniversario del encuentro anual de los gitanos que es al día siguiente.
Decidimos ir sin más.
Vamos en el coche de Silvio, un Dacia viejo y destartalado que no llama la atención y así evitamos que nos pidan dinero por las entrevistas. Que los gitanos suelen ser muy gitanos. Nos acercamos a una tienda que resguarda de los rayos del sol a un clan
entero: mujeres con trenzas, faldas de muchos colores y grandes collares de oro sobre el pecho; hombres tripudos con cadenas gruesas del mismo metal y niños jugando con sables. Enfrente de la reunión un hombre está asando un cordero crucificado sobre cuatro estacas. Lo hace calladamente, con mucho arte. Gotas de grasa caen sobre las brasas arrancándoles pequeños brotes de fuego. El aroma es tal que no podemos evitar acercarnos. Para mí que el chef es rumano, le comento a Silvio al oído. Seguro, dice Silvio y sonríe. El hombre tripudo nos invita a sentarnos. Le damos las gracias
diciéndole que no; tenemos que entrevistar primero al Rey de los Gitanos, Florin Cioaba. Hacemos, no obstante, un par de fotos con el cordero y los dos críos que se lo están pasando bomba delante de la cámara de Aída.
Los músicos dedican canciones a Sarkozy y las mujeres bailan trotando sobre la hierba muy verde. El día es muy caluroso. Un arroyo de montaña envía su frescor agradable y ahí buscamos, Aída y yo, un lugar para sentarnos.
Aprovechamos la proximidad de otra familia, no muy numerosa, y nos acercamos a hablar con ellos. Los hombres empiezan a reírse mostrando la dentadura de oro. Les importamos un bledo, pero acceden a contarnos algo sobre su vida. Andrei es chófer. Soy rumano, dice y convivo con ellos desde la infancia. Se me ocurre que los gitanos adinerados tienen empleados rumanos. Antes era al revés.
Mientras estamos conversando, probamos jamón ahumado, una delicia, y lo acompañamos con vino tinto. Fraga, la mujer, es analfabeta, pero lista a pesar de todo. Tiene ojos negros y brillantes. Critica a su marido por estar demasiado gordo. Ya no lo quiere como esposo, yo le gusto más, y se sienta a mi lado.
Aída tiene el micro preparado, ha sido fácil, vengan las preguntas. Fraga no sabe leer ni escribir pero sabe contar el dinero, y lo considera suficiente. Los hombres lo ganamos, aclara su marido, y las mujeres lo administran. No dejan muy claro cómo se ganan la vida; unos 2000 mil euros al mes cada uno de los hombres. Somos buenos negociantes, eso es todo, dice el más joven. Luego van al bosque cercano a traer leña. El cordero está pastando tranquilamente no muy lejos sin sospechar la tragedia que se le viene encima.
Por la tarde regresamos. Aída está cansada pero contenta; tiene los testimonios del rey, de unos jefes de clanes gitanos, de los miembros varones de una familia y de una mujer. Al final se duerme. Silvio y yo seguimos hablando de cualquier cosa. El paisaje a ambos lados de la carretera es el mismo; Rumanía en una profunda crisis histórica que dura siglos. ¿Qué coño le falta a este país?, nos preguntamos casi al mismo
tiempo y nos echamos a reír.
Hay quienes dicen que un pueblo.
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Robert Lozinski es autor de La ruleta chechena
0 respuestas a «Misión romaníes»
Tu artículo me provoca mil pensamientos. Inspirador. Intentaré resumir.
– Esos gitanos son muy distintos de los que vemos por aquí mendigando. Casi ninguno de mis amigos, honrados trabajadores autónomos, gana 2000 euros: el Estado no les deja. ¿Pagan impuestos estos chicos que habéis entrevistado?
– Ni te imaginas cuánto de lo que dices de Rumanía, parece dicho por un español de España (a vosotros os han empezado a robar antes, parece: aquí al menos construyeron algo. O a lo mejor nuestro director construyó más cosas que el vuestro y los demócratas encontraron un país mejor estructurado)
– Las economías familiares iban mucho mejor cuando el hombre ganaba la pasta y la administraba la mujer, que es menos amiga de contabilidades creativas. Y no estoy diciendo que las mujeres deban ser analfabetas. Sino que los hombres se gastan el dinero en gilipolleces. Yo el primero.
Pues no, pno pagan impuestos. Muchos se dedican a vender chatarra un negocio muy lucrativo hace un par de años (hoy día ya ni eso queda) y vete a saber a qué más, que los gitanos suelen ser muy gitanos.