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Stephen el contable de estrellas

Miguel Pérez de Lema

Dice ahora Stephen Hawkings que Dios no existe. Que no es necesario para la creación del universo.

Dice el físico que se ha puesto a hacer números y al final le ha salido que no. Que Dios ya no entra en su ecuación. No es que lo haya despejado, es que lo ha tirado al cubo de la basura de la historia.

Este Stephen parece poquita cosa, pero cuando se pone a echar cuentas, es un tío que rasca.

También es verdad que Dios tampoco se ha esforzado mucho por caerle simpático al bueno de Stephen. Un tipo que usa pañal y tiene el cuerpo hecho una maraña no es raro que tenga cuentas pendientes con el sumo hacedor.

Lo cual que lo ha borrado. Delete all.

Me gustaría decirle al bueno de Stephen que no hay problema en que dejemos de creer en Dios, que el rechinar de dientes vendrá el día que Dios deje de creer en nosotros.

Pero no me atrevo. A ver si me hecha la cuenta a mí también y resulta que yo tampoco soy matemáticamente demostrable.

Como le decían al alcalde en Amanece que no es poco, yo le diría a Stephen, Stephen «¡todos somos contingentes pero tú eres necesario!»

0 respuestas a «Stephen el contable de estrellas»

Me parece genial, primero se forra con su libro «Una Breve Historia del Tiempo», en la que expresaba que no había incompatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo, y ahora volverá a forrarse escribiendo otro contradiciéndose a si mismo, es como Juan palomo, y mientras, suma que te suma…

Diga lo que diga el Dr.Hawkings, hay dos posibilidades:
1-Dios existe. En este caso, aunque su naturaleza, sus designios y sus acciones son inexcrutables e incomprensibles para la razón humana, no hay que preocuparse por el destino de la creación, puesto que está en manos de alguien infinitamente poderoso, misericordioso y justo, que tiene escrito un final feliz en sus torcidos renglones.
2-Dios no existe. En este caso, tampoco hay que preocuparse por nada excepto por bailar lo más y mejor posible antes de que el universo se vuelva a la nada de la que surgió por casualidad (según los números de Stephen).
En cualquier caso, las opciones son también sólo dos: asumir la duda como el estado natural (y feliz) del ser humano o agarrarse al clavo ardiendo de la fé.

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