por Juan Hoppichler
Al principio Charlie y el Chino no eligieron Los Ángeles.
Preferían San Diego, ciudad universitaria (o sea con universitarias), playa y próxima a Tijuana. Se mudaron allí desconociendo que también es el puerto militar más importante del Sur de California.
Un día de paseo, el Chino se topó con una base naval enorme y vio a submarino nuclear repostando. Aquello le recordó a la peli esa en la que Gene Hackman dirige un chisme parecido y casi provoca un conflicto atómico.
Decidió sacar su cámara de fotos e inmortalizarlo, para presumir en el barrio a la vuelta.
En menos de cinco segundos estaba rodeado por varios jeeps de la Marina y al menos diez patrulleros que le apuntaban directamente a la cabeza.
Se echó al suelo como le indicaron.
Fue esposado y le llevaron a un cuarto oscuro.
Allí un par de oficiales puertoriqueños le interrogaron. Nada les cuadraba. Tenían su pasaporte español, pero él parecía asiático y le costaba entenderles aunque le hablaran en su lengua (el Chino lleva siete años en Madrid, pero hay que decir que sigue hablando español como una vaca).
En inglés le fue mejor.
Les explicó que nació en Filipinas, pero que ya es español, que había venido con un amigo a Estados Unidos y que estaba viviendo en casa de un señor muy amable de Minesota.
El señor muy amable de Minesota pensó en alojar a estos extranjeros tan simpáticos en el garaje para echar una mano.
Pero no contaba con recibir la visita feroz de una docena de policías militares que entraron en su casa vaciando armarios, levantando el suelo y reventando muebles. Buscaban documentos, bombas o vete tú a saber.
A Charlie le pillaron desayunando. También hubo gritos y mil preguntas para él.
Les grabaron en video a los tres, juntos y por separado. Huellas dactilares y juramentos de que no venían a este país con intenciones belicosas.
Al final del día, tras varias horas de arresto domiciliario, los uniformados se marcharon.
El señor muy amable de Minesota dejó de ser tan amable y les dijo a sus huéspedes que se fueran y no volvieran jamás.
Esa misma noche, Charlie y el Chino hicieron autostop hasta Los Ángeles.