Hay que aprovechar todas las oportunidades de aprender que la vida nos ofrece.
Y una mudanza es una magnífica ocasión para crecer.
Aunque tengo 44 años, esta es la primera vez que me cambio de casa sin dinero: Voy recabando cajas por todos los comercios del pueblo, hasta a los chinos de la tienda de chinos les he explicado que me mudo.
He aprendido que las cajas grandes no deben llenarse de libros: mejor mezclarlos con cosas que no pesen.
Y he descubierto que podría morirme esta noche y tener la seguridad de que dejo en este cochino mundo dos buenos seres humanos.
Cuando nos vinimos a vivir aquí, mi primogénito metía la cabeza entre los hombros para que no le vieran entrar en esta magnífica urbanización, construida treinta años antes de la especulación (por eso es magnífica). Ahora entra y sale continuamente de casa con sus amigos, que serán quienes carguen con las cosas más pesadas.
Mi niña, mi chiquitina, no quiso ir a clase cuando nos mudamos a esta casa hace más de cuatro años, y se quedó conmigo, con Cris y con Zouhra. Su hermano se fue al Instituto y no vio cómo se desmantela una vida en unas horas.
Los dos se fueron todo el fin de semana y yo (con la inestimable ayuda de mi amiga Gloria, que me fijó las estanterías) cargué con la tarea de que la casa pareciera habitable
Entonces cambiábamos a peor.
Ahora, aunque lo que pagamos de alquiler sea lo mismo, cambiamos a mejor.
Ahora, mientras yo estoy trabajando, mi hijo está pintando la casa nueva con su mejor amigo (hijo del propietario, que es quien les paga)
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Y mi niña, que ya va siendo una mujercita, se encarga de hacer limpieza de tupperwares, de envolver los cuadros y los espejos en papel de bolas y de ayudarme a montar cajas. Todas las noches planeamos juntas la logística del día siguiente.
Tienen 16 y 14 años respectivamente.
Y estoy muy, muy, muy orgullosa de ellos.