por Juan Hopplicher
Calcuta tiene para el turista algún edificio colonial en descomposición, un río con templos, mercadillos de telares exóticos y algún yogui callejero. Poco más. En el resto de la ciudad lo que se ve –o se sufre- son hedores vomitivos, infraviviendas y niños abandonados, coches a la caza del peatón y cuervos, millones de cuervos que acuden a alimentarse de la pobreza extrema y cuyo graznido aporta la tétrica banda sonora a las omnipresentes estampas miseria.
Sin embargo pocos hippiescos occidentales dejarán que la realidad les arrebate la imagen idealizada de India. En Sudden Street (ver en la imagen), la zona de Calcuta en la que por seguridad y salubridad nos concentramos todos los extranjeros, siempre aparecerán extasiados buscakarmas diciendo que cuánto se aprende de los indios, que viven con tan poco y son tan espirituales… (A mí la verdad es que nunca me pareció que los esqueletos que agonizan en las calles y te piden un mendrugo de pan vivan así por convicción, pero todo pudiera ser).
También llaman atención las mujeres. O sea, su ausencia. En Calcuta no se ven mujeres por las calles. El hinduismo del Norte del país es profundamente misógino y la mitad de la población tiene restricciones legales y sociales en su vida cotidiana. No pueden trabajar sin permiso del marido y si a los 25 años no se han casado se convierten jurídicamente en parias condenadas. Básicamente salen poco de casa y se dedican a parir hijos. Lo que no es óbice para que las ninfas postindustriales digan que la India es maravillosa. Van con sus hombros desnudos, sus ombliguitos al aire, refractarias a las miradas de odio reconcentrado que coleccionan de los indios, que sólo ven ellas a furcias de piel clara y ejemplos nefastos para sus dóciles esposas.
Y si a todo esto sumamos el calor pegajoso y la contaminación, nos da una ciudad donde lo mejor que se puede hacer para no pegarse un tiro es irse con las célebres Misioneras de la Caridad.
0 respuestas a «La ciudad de la alegría, 1»
Con la obvia convicción que los esqueletos «que agonizan» en las calles de Calcuta en pos del mendrugo, no se buscaron dicha situación, digo y reflexiono mas de una vez la conclusión del autor del articulo,tratando de ver qué es mas adecuado a la lógica de la miseria y de la muerte : si correr detrás de las «celebres» y no tan «celebres» misioneras de la caridad,o elegir la esquina pegajosa de la ciudad, en donde se nos escape el tiro del final.Opciones difíciles.Susana ( una mujer argentina).