por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original: hotel president
De la noche a la mañana me hice fanático del chocolate. Cuando era niño me gustaba el Carlos V, pero no era un placer que llegara a preocupar demasiado, comía uno o dos a la semana. Tenía muchos amigos y mi casa siempre estaba llena de gente: mis hermanos, primos que nos visitaban de Guadalajara, compañeros del colegio. Años después dejé de comerlos. Sólo de vez en cuando compraba un Kiss de Hershey o un Ferrero. Cuidadosamente descubría su silueta esférica y un instante después desaparecía en mi boca. Luego vino una larga temporada de grandes amigos y cero calorías. Sin remordimientos podía resistirme a cualquier postre, incluso a los que hace mi tía Chata cada jueves que como en su casa. Siendo su cocina un mundo aparte, donde ella misma prepara la mermelada, el helado de mango, ate de guayaba, o dulce de leche. Siempre que me ofrecía el postre yo me resistía a aceptarlo, no era tanto por guardar la línea, sino que el dulce me empalagaba al tercer bocado, situación que me trajo muchos problemas con Marisa, mi novia por ese entonces, pues al pedirme compartir la tarta de manzana con helado de vainilla, o el pay de fresa, o un tiramisu, yo apenas pellizcaba una esquinita y ella tenía que comérselo casi completo, sola saborear la culpa.
He comenzado este año, haciendo un balance del pasado, lo que fue y lo que pudo haber sido. Revalorando amistades. La mirada del otro sobre uno y su circunstancia. El consejo de aquellos que conociéndome, opinan y debaten conmigo sobre mis decisiones, siempre me ha parecido fundamental. Pero la edad pasa factura. Así como esta Ciudad de México, sus distancias y horarios tan complicados hacen que uno se aísle, que sólo pueda frecuentar a los amigos por teléfono, encontrarse con ellos una vez al mes, o verlos a diario en Facebook, enterarse que ya les nació un nuevo hijo o que ya desmontaron la exposición que no me dio tiempo de visitar. Quizá por eso en los últimos años he recurrido al chocolate, libera endorfinas que nos dan sensación de placidez, la seguridad que nos brinda el abrazo de un amigo o la holgura ensoñación del sexo.
Ahora devoro postres y anhelos. Me encanta el creme brulee o una barra de Crunch o Toblerone oscuro acompañada con una taza de café. No tengo marca favorita, aunque prefiero los que tienen leche y almendras. Soy racista, no me gusta el chocolate blanco. Adoro el alfajor de Buenos Aires o el chocolate en rama de la Bombonella. Los brawnies que prepara Ana Cecilia, mi hermana y guardo en mi memoria gustativa un especial recuerdo de las galletas que hace María, su hija. Me he vuelto un glotón de las paletas Magnum y no me resisto a los vivos colores de los M&M, son como pastillas de la eterna infancia. Tal vez porque el círculo se ha ido cerrando en los últimos años y los amigos, como la leche, se han evaporado a fuego lento, me he refugiado en una barra de Lindt con ralladura de naranja o en una simple chocolatina de El Globo. Así como para el que sale de la oficina a fumarse un cigarrito en mitad de la calle, el chocolate se ha convertido en un compañero que, además de alimentar, sigue conmigo en este viaje.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.
0 respuestas a «Chocolate»
Hace años me encantaba el chocolate, cuanto más negro mejor. Ahora prefiero los que tienen algo de leche. Aunque pocas cosas pueden superar la «barra de Lindt con ralladura de naranja» si éste es chocolate negro.
Comparto contigo la pasión por el Toblerone.
Pero a mí me gusta, en pequeñas dosis el chocolate blanco. Y sólo una marca: Milkibar, de Nestlé. Los chocolates blancos elegantes no me saben a nada.
Gracias por tu comentario, Marisol, y aunque no se debe compartir el chcocolate porque es como besarte con otra, a veces también me gusta compartirlo. Besos
Hola Rodolfo: que olor a «quiero mas» me genera el chocolate,bienvenido sea pese a mi dieta,lo descubrí tarde, en medio del duelo que me dejó la ausencia del cigarrillo,entre paletas de color y cafés acompañados de estos bocados,fue incorporado.Ahora mi dietóloga y yo luchamos para que no se haga tan intensa su presencia (como todo lo que es placentero y necesita equilibrarse),forman parte de mi vida,»los excesos» y esta bueno que existan aunque se nos vaya la vida para apaciguarlos ja!!!es lo que vos decís: si no estuviéramos inmersos en la búsqueda de nuestras gratificaciones, dónde quedaría el gran abrazo del amigo y esa «holgura ensoñación del sexo».Un abrazo.Susana ( una mujer argentina).