Por Sargento Asuvera
Fotografía en contexto original: fotosguapas
La soledad le escarcha los riñones.
Saco una manta y se la coloco sobre los hombros.
– Gracias, Sargento.
Aunque la noche está gélida, cuando vuelvo a mi posición, oigo los hielos caer en el vaso. Oigo también el chasquido del mechero, y me llega el delicioso olor del cigarro que ha liado con sus propias manos antes de salir aquí fuera.
Los dos tenemos la mirada perdida en esta niebla, que engaña a la vista como oculta el futuro el tul de novia.
Los hielos no se deshacen.
Pero la botella hace dos viajes más.
– Bonita noche para morir ¿eh?
Sonrío sin volverme. Sé que es una pregunta retórica. A ella le basta con saber que estoy aquí, que sus palabras me hacen sonreír a la niebla. Da el último trago a mi espalda y se levanta del banco suspirando como un viejo.
– Quién fuera mortal
Sé que está mirando al mismo infinito que yo.
– Buena guardia, Sargento.