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Trabajar como una china

por hijadecristalero
Fotografía en contexto original: <a href="http://www.viajeslibres.com/category/mal-viaje/page/2/"target="_blank"trabajar como una china>viajeslibres

Casi todos los días acabo comprando la Coca-Cola de media mañana en la tienda que una familia china abrió hace dos o tres meses en mi calle (ay, quién pudiera tomarse un pincho de tortilla calentito en un bar).

Siempre encuentro al padre fumando en la puerta.
Si hace sol, se saca una banquetita y fuma compulsivamente mientras observa a los viandantes; si no, pasea calle arriba y abajo. Me da en la nariz que no sabe decir más que hola y adiós en español. También tengo la sensación de que él no pega palo al agua. Me recuerda a esos hombres africanos que siempre están charlando entre ellos mientras sus mujeres se encargan de ir a por el agua, recolectar, cocinar, cuidar de los niños, cargar leña, encender el fuego… Nunca le he visto hacer nada. Son su mujer- que tampoco habla español aunque entiende un poco- y su hija- de unos 16 ó 17 años- quienes atienden al público. Su tienda es pequeñita y esto no es la Gran Vía madrileña, bastaría una sola persona para atenderla. Las otras dos podrían trabajar en otra cosa, e incluso, si uno de los progenitores trabajara en otro sitio, la hija podría estudiar. Pero necesitan a la más joven, porque es la única que puede comunicarse con los clientes y proveedores de este frío pueblo.

En la tienda no hay calefacción, y la madre y la hija siempre están encogidas en sus abrigos y bufandas; la madre de pie, la hija sentada frente a un portátil. De nueve de la mañana a once de la noche. Cuando hablan, el vaho precede a sus palabras.

Está claro que la chavala no disfruta de la libertad de otros chicos de su generación y que la madre es un cero a la izquierda. Probablemente toda la economía de la familia dependa de la jovencita, que es el puente entre el lejano oriente y la sierra de Madrid.

Me da pena esta chiquilla que está condenada a pasar con sus padres las veinticuatro horas del día. Aunque tiene su lógica: si la dejaran ir al instituto y relacionarse con gente de su edad, los padres correrían el peligro de que sacara los pies del tiesto y se negara a hacer todo lo que ahora hace con una sonrisa en los labios. Y a ver entonces de qué iba a vivir el fumador impenitente.

A veces siento la tentación de preguntar a las dos mujeres por qué no ponen al padre al trabajar.

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