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Malayerba

Por Rodolfo Naró
Fotografía en contexto original: Patrullasysirenas
narcotrafico11

“Si vas a Culiacán no voltees. No veas a la gente de otros carros. No grites ni reclames. No pites. No cambies de luces. No manejes en chinga ni andes rebasando. Y si voltean a reclamarte y te cambian las luces y te gritan y te pitan y te pasan en chinga por un lado, rebasándote, no los peles”.

Así comienza la crónica Carrilla mortal de Javier Valdez Cárdenas. Aunque también así pudieron haberme aconsejado cuando llegué a vivir a Guadalajara. Eran los años ochenta, gobernaba Flavio Romero de Velasco, un hombre del que, entre otras muchas cosas, decía la gente que los tenía bien puestos. Por las fechas de su sexenio Guadalajara pasó de ser una ciudad de provincia a la capital del narco. Los importábamos a montones. Sería porque era más grande y cosmopolita que Culiacán o porque tenía universidades de prestigio. O sería por el Osiris, disco club que adornaba con su pirámide la avenida Lázaro Cárdenas. O sería porque aquí tenían mayor protección y pasaban desapercibidos.

En la secundaria era común oír que al tío de aquel amigo o al novio de aquella vecina, por un cambio de luces, le habían sacado la fusca y reventado la cabeza de un plomazo. Eran los tiempos del PRI aún todo poderoso. Nadie declaraba nada. La nota roja de El Informador sólo cubría de la Calzada para allá. Ni siquiera las broncas de los Panchitos o de la FEG salían en sus páginas. Nadie sabía nada.

En la preparatoria iba con mis hermanos al Ciro’s. Llegábamos en el coche de mi madre, que era el mejor de la casa y entre los apretujones de la entrada, los veía llegar discretamente en grandes camionetas, coches casi siempre negros y rasurados, achaparrados. Los autos con blindaje y de vidrios oscuros vinieron años después. El cadenero apartaba a la gente para que pasaran a ocupar su mesa de pista. Empezaban con botellas de Blanco Madero.

En 1985 entré a la Universidad y en La Playita me lo presentaron. Yo como que te conozco, compa, me dijo Javier Arellano afuera de humanidades, yo iba con el Pollo, el Marrano Negro, el Zapa, Pepe Fernández., le contesté, nos hemos encontrado en el Dady’0. Con él estaba Marcos Toledo, lo presentó como su primo, el Tanque y otros que ya no recuerdo. Vestía camisa Versace, desabrochada hasta el ombligo, y un enorme tigre de oro a punto de saltar colgaba sobre su pecho lampiño. Las siguientes vacaciones coincidimos en Mazatlán. Teníamos la mejor mesa en el Señor Frog’s y agitábamos botellas de champán el viernes en el Caracol y el sábado en el Valentinos. Eran tiempos de paz. No había guaruras inoportunos ni malas calificaciones. Escríbele un poema a Marcos para su novia, me pidió una tarde Javier y le di uno de los mejores que tenía por ese tiempo. A los pocos días llegó a la universidad con un portafolio y me pidió que se lo guardara. Lo tuve seis meses en mi casa, metido en el clóset. De vez en cuando iba y me decía, dame quinientos, ahora dame mil. Usa lo que quieras, no hay bronca. Nunca acabé de contarlos, me daba cierto pudor, pero eran más de 10 mil dólares.

Luego me fui a vivir al DF y jamás los volví a ver. Pocos años después supe que, en un lio de faldas, habían matado a Marcos Toledo. Tenía menos de 30 años. Y Javier Arellano, el tigrillo, acabó tan famoso como una estrella de cine.

Así de cercano he sentido Malayerba, el libro de Javier Valdez Cárdenas, con sus crónicas periodísticas tan llenas de humor, de poesía y de balas. Fue la poesía lo que nos reunió. En 2002 me escribió diciéndome que había leído mi libro Del rojo al púrpura. Era un mail cotorro, así como él escribe, “Pinche Naró”, recuerdo que comenzaba y de pinche, de bato, de carnal no me bajó.

Hasta leer Malayerba me doy cuenta lo cerca que está de nosotros el narco. El vecino, el primo de un amigo, el que cuida los coches, el que compra piratería. Aquellos venden, otros consumen, otros lavan dinero, venden películas. La mordida al de tránsito, el examen copiado, el robo en el supermercado –que es como quitarle un pelo a un gato–. Mientras otros cuidan, ellas bailan, ganan concursos de belleza, se financian campañas a la presidencia.

Las crónicas de Javier Valdez Cárdenas publicadas cada semana en Riodoce son una suerte de lotería, El reloj, La doncella, El perfume, El padrino, donde no se apuestan frijolitos y maíces, se juega la vida. ¿A qué edad se aprende a matar?, pregunto. A Francisco un personaje de sus crónicas, le dicen Francinco, no porque ya deba cinco vidas, sino porque apenas tiene cinco años de edad y ya sabe dónde venden cuernos de chivo y R15. “Si, cerca de la casa de mi mamá. Como a dos cuadras, en la esquina”.

Escrito con la misma llaneza con la que habla, con la cercanía que lo hace a uno cómplice y la ligereza del peso muerto, las crónicas de Malayerba retratan las ciudades en las que vivimos. Culiacán, Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey, el Cancún de Villanueva, la Puebla de Marín y toda la familia de Michoacán. En cada esquina el monstruo nos sopla a la cara. Todos de alguna manera somos culpables. Ay no mames, no exageres, me dice un amigo mientras le da otra calada a su churro de mota. Todos, de alguna manera, podemos ser personajes de Javier. O el que esté libre de culpa, que arroje la primera bala.

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006.

0 respuestas a «Malayerba»

Si nos pusiéramos a seguir el hilo de las drogas, veríamos que nos conducen a todas partes. No sólo a los pequeños negocios periféricos o al porro que te fumas con un amigo.
También a los paraísos fiscales, a la financiación de partidos políticos, a los bancos, a los abogados…
Los narcos son sólo el escaparate de un negocio que, si fuera legal, no acapararía una partida tan grande de los presupuestos de todos los gobiernos.
MIremos más allá, Rodolfo.
¿Por qué el tequila es legal y la mota, como decís allá no?
¿A quién le interesa que sea ilegal?

Todo lo que se narra como parte de Malayerba remite a realidades con las cuales hemos vivido en Guadalajara, fue un placer encontrarme en este sitio de España, con un texto tan cercano a la cotidianeidad tapatía y de la nación mexica.

Felicitaciones a quien selecciona, respecto a los cuestionamientos de Marisol, coincido con ella respecto de que a quién le beneficia realmente que la droga sea «ilegal», ¿realmente lo es? O será parte de esa simulacion tan cotidiana que tenemos tan enraizada por estos lares…

Por otra parte como no usuaria de drogas, cada día me sorprendo más al saber que tal amigo o amiga las utiliza como si usara pasta de dientes. Cosas que pasan… aquí aplicaría perfectamente aquella ley de Newton, a toda acción le corresponde una reacción de igual intensidad pero con sentido contrario…

Saludos y sinceras felicitaciones.

Rosario Orozco

Hola Rodolfo, me gustaría leer «Malayerba»,muy interesante y como siempre narrado, como vos sabés hacerlo (me refiero a este art.).Me impresiona eso de «que en cada esquina el monstruo nos sopla la cara» es así.Se te extraña.Un abrazo navideño.(susana una mujer argentina)

Hola Marisol,
así es, es lo que traté de expresar en mi artículo, que todos somos la droga y la corrucpción, todos somos el problema y el remedio, los políticos, los bancos, el automovilista y el pateatón.

Feliz Navidad y noche vieja como dicen ustedes allá.
Rodofo Naró

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