Miguel Pérez de Lema
Igual que en cine hay el subgénero del meloeste -melodrama + western- aquí tenemos un hondísimo subgénero musical que, por llamarle algo, lo vamos a bautizar como melohína -melodrama + heroína-.
No sabemos bien si como antecedente, o quizá mero afluente de este subgénero, encontramos la versión festiva y apologética del abuso de las drogas, casi siempre en forma de canto a la grifa -al que dedicaremos otra entrada, con ese gran Fary el frente-. Pero la melohína es siempre de carácter depresivo, en consonancia estética con sus efectos físicos y sociopáticos.
Entran en este pequeño olimpo opiáceo, mini hits de cassette de gasolinera junto a otros trascendidos como ocasionales standards multiétnicos, apropiados para galas televisivas de sábado noche ochenteras. Todos ellos han llegado a nosotros convertidas en psicoativas joyas retro pop, llenas de encanto, enjundia y estupor.
En cuanto a la lírica de la melohína, podemos destacar como rasgos distintivos su fuerza expresiva, su hiperreal sencillez, su directo impudor y su victimismo militante. Gana en sórdida intensidad y fulgor estético cuanto más autobiográfica y apegada a la crónica de sucesos.
Una forma cantable, iberísima y popular, de poesía de la experiencia que dio sus obras maestras en los 80, pero que sigue siendo hoy revisitada de forma espontánea y amateur en todos los barrios de reinserción de la geografía nacional.
Cómo olvidar a Los Calis con su himno generacional «Heroína» -Lou Reed llegó antes con la Velvet, pero nada comprable a este estribillo, ya convertido en parte del acervo popular:
«Más chutes no, ni cucharas impregnadas de heroína.
No más jóvenes llorando noche y día,
Solamente oír tu nombre causa ruina».
Por supuesto, mención aparte merecen Los Chichos, padres fundadores del género y creadores de la banda sonora del exploitation nacional, con ese Jero dándolo todo hasta las últimas consecuencias. Grandes con su reivindicativa «Su nombre es heroína», rica en denuncia social tópica y de rima un poco traída por los pelos.
«No me gusta lo que veo, algo malo está pasando
Que han hecho un mercado negro con la droga y el farmáco.
Gente de altas esferas también están implicados
Para cubrir apariencias se van a los barrios bajos».
Menos conocido para el gran público, con voz enorme, Tony el Gitano, y sus lamentos con un toque narrativo casi a lo Perales – pero de intensidad brutal- como el «Corre por mis venas», y «Se pinchaba la niña», y esa otra maravilla inter-géneros «Me fumao un canuto».
Toda esta atmósfera sonora rumbera nonaino, tuvo una aceleración y un barniz pop-rock con otro clásico, «Caballo maldito», de Queco. Agudo guitarreo eléctrico inicial y unos primeros versos sincopados y pegadizos:
«Llevo por venas un caballo galopando.
Corre por mi sangre una aguja lo va guiando.
Caballo maldito tu mestás matando.
Tengo que dejarte y cada vez vuelo más alto».
Más moderna y de igual título, «Caballo maldito», es la rumba de los Travilis. Un bailable en el que la temática melohína ya es un pretexto que se describe con desgarro impostado, y poco exigente en la escritura. El género se estaba saturando:
«Caballo maldito que matas a gente.
A pobres y a ricos y a gente inocente»
De Los Travilis, rescatamos como más aguda aportación su lastimera «Hijo mío déjala», que activa el tradicional dolor de madre, explorando reminiscencias crísticas y marianas en la pasión por el jaco:
«Mi mama me decía hijo mío dejalá,
Que te va a buscar la ruina
Y contigo va a acabar.
Mi mama me decía hijo mío dejalá».
Pero si de patetismo hablamos, lo más compacto, redondo, doloroso y reciente, es el lamento de Costa Sur. «Yo soy un yonki». Cinco minutos de hipnótico organillo y voz pellizcada repitiendo obsesivamente:
«Yo soy un yonki no puedo negarlo.
Me gustan las papelas y ese polvo blanco.
Yo soy un yonki no puedo negarlo».
276.326 reproducciones en el canal de Youtube donde yo la escucho.
Pero si tengo que quedarme con una sola canción, una letra, un intérprete y una actuación melohinística, si me preguntan qué tema seleccionaría para que viajara al espacio como muestra trash y sublime de este subgénero de la España profunda, tengo claro que no se puede superar esta performance de Paco Herrera:
«Mi carcel no tiene rejas».
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=QqoIsxxqeJY&feature=related[/youtube]
0 respuestas a «Voces de la España profunda: melohína»
Un ejemplo de lo catetos que son los gafapastas españoles es que se emocionan con el hip-hop y otras marginalidades foráneas cuando aquí la pachanga carcelera es gloriosa: con más voluntad que medios (o/y talento), grupos de gitanos o quinquis ponen banda sonora a vidas malditas y sometidas. Los Chichos, Los Chunguitos, la primera época de Bordon 4 … estremecen cuando los escuchas en los arrabales o te encuentras con algún desahuciado que se sabe estas canciones de memoria y las canta con su voz de perdedor.
Nunca dejará de asombrarme tu vasta (con uve) cultura. Lo mismo me desglosas la crisis por capítulos que me sorprendes con un máster en música made in yonquilandia.
Acabo de leer una noticia musical en El País que es un alucine. Si es cierta, merecería, por una vez, dar una subvención para que hicieran una película sobre ella, algo del tipo de Amanece que no es poco.
Si no, merece que la utilicemos en los talleres literarios para pedir a los alumnos que escriban un relato a partir de ella: un espectador denuncia a un musico de jazz por no tocar jazz
Ya ves Marisol, es que yo soy buenista (no de Zapatero, sino del filósofo Gustavo Bueno) y creo todo es cultura. Y también que España es infinita.
Ahora sólo falta que le pongas a esta serie el cajoncito correspondiente para que no se pierda este trabajo. Que va a seguir dándonos mucho juego.
Lo tiene desde hace semanas, Miguel. Fíjate al final del artículo:» Archivado en: General, Voces de la España profunda».
Acuérdate de, cuando metas el artículo, incluirlo en la categoría «Voces de la España profunda», que a mí a veces se me pasa.
Hablo de una SERIE.
Copón.
Ok, ok. La tendrás.