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El guru y otras hierbas, 39

por Tímido Celador

Supongo que cualquier otro- Charlie, por ejemplo-, habría tomado lo de la anécdota como una invitación a follar sin remilgos. Que, por otra parte, es lo que se merece una mujer de raza.

Pero yo he encontrado esa frase, no sólo disuasoria, sino digna de ser analizada. Decir ella que yo sólo era una anécdota en su vida y entrarme ganas de marcharme a casa a pensar sobre ello, ha sido todo uno.

Ya en el portal, mientras espero el ascensor, caigo en la cuenta de que a lo mejor sólo me estaba proponiendo que pasara la noche junto a su chimenea.

Demasiado tarde.

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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 39»

Mi querido Tímido Celador:
He llegado hasta este whisky doble que son tus letras sedienta y lo he apurado en un único trago, las treinta y nueve entregas. En un análisis a vuela pluma (que no a vuela teclado) concluyo, dejando abiertas las puertas del cielo:
– Ariadna cayó rendida a tus pies desde el principio y tu alimentas el fuego de su chimenea por no ser descortés.
– Resulta curioso que siendo mujer me identifique más con tu piel húmeda y fría que con las seguridades pretendidas de «tus chicas». No conozco a ninguna mujer que no busque la protección del hombre que la penetra.
– Habiendo sido de armas tomar paso por una etapa de serenidad que me deja ojiplática: no quiero follar. No le encuentro el sabor ni la profundidad al acto mecánico de ofrecer mi templo a quien sólo podría profanarlo. Ahora, será que nunca es tarde o que llegó el momento, busco algo distinto. Y me descubro inmersa en una historia de amor anticuada para los tiempos que corren. Más de un año de acercamientos sin roces, abriendo el alma antes que las piernas y condicionada a la espera paciente mientras desespero.
Así las cosas, me reconozco en tu timidez de publicar ante los ojos del mundo. Sabiendo que, en el fondo, nos encanta sonrojarnos .

Mi querida «dealer» (ver Nancy Botwin en Wikipedia)

Aunque procuro dosificarme, mentiría si dijera que no me llena de orgullo que algunos lectores manifiesten su adicción a mis palabras de cobarde.

Yo nunca he sido un hombre de armas tomar, no he tenido oportunidad de sufrir hastío, como tú.
Tampoco he sentido nunca el entusiasmo que late en los comentarios de Ariadna (y que yo agradezco infinito). Entusiasmo que debías sentir tú cuando tomabas tus armas.
No soy tan mayor como para poder alimentarme de recuerdos que, además, no darían para mucho.

Quizá por eso escriba.
Poco follo poco.

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