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Miguel Pérez de Lema
Me gusta hablar de generaciones, simplifican el trabajo, son fáciles de entender y molestan a todo el mundo. Las generaciones, claro, son odiosas generalizaciones que sólo sirven para catalogar a los demás. Nadie acepta reconocerse en el retrato.
Vivimos una sociología de apresuradas, móviles y efímeras generaciones superpuestas y nuestra individualidad es poco más que el tránsito de una generación a otra. Es verdad que esto de las generaciones -la X, la de los bobos, la mileurista, la de la Logse, la de Gran Hermano, etc.- es una superficialidad propia de cultura de suplemento dominical. Pero por eso mismo nos retrata tan bien, somos ya una cultura de dominical, y eso tirando por lo alto.
Lo cual que me hace mucha gracia identificar el colapso de una nueva generación, la Generación Cañonero. (ver vídeos superior e inferior). Ha de haber algo especialmente destructivo, poco válido, en una sociedad en la que vamos identificando generaciones al paso que se extinguen. Y los cañoneros, esos audaces españolitos echaos palante que creyeron poder vivir con la indolencia feliz y mostrenca de un Homer Simpson, están en retirada. Ya no parten la pana al llegar a su lejano y mal comunicado suburbio de adosados, midiéndose con el cañonero del de enfrente, ese cretino, que además es funcionario.
El amigo Cañonero las está pasando putas. Tuvo un negocio, un invento que marchaba sólo, un algo que flotaba sobre la espuma de ola y avanzaba con todos los buenos vientos a favor. Pero ya no.
El amigo Cañonero no duerme. La comida le arde en el estómago. Los niños son como termitas insaciables de masticar papel moneda. Y la parienta se las va a hacer pagar todas juntas: ¡te lo dije!.
Al amigo Cañonero ya no se le levanta ni por las mañanas.
Y siguen cayendo las letras. La del Cañonero propiamente dicha, es sólo una más de las muchas letras que van forman un mensaje fácil de descifrar: E-S-T-A-S-E-N-L-A-R-U-I-N-A.
Amigo Cañonero, ahora comprendes que ni tú eres Homer Simpson, ni esto es Springfield. Pero es demasiado tarde. El coche, el adosado, el marinador, van enfilando el camino de vuelta al banco -siempre fueron suyos-, y tu señora no va a mantenerte mientras te quedas en el sofá con un whisky en una mano, el mando de la wii en la otra, y esa cara de bobo que se te ha quedado.
¿Por qué no le echas un poco de coraje y cabalgas una última vez a lomos de tu cañonero, antes de que se lo lleven?
Recuerda aquella curva tan cerrada del viaducto de la autopista. Ya lo has pensado más de una vez, no lo niegues. Esta es la ocasión. Tómala a 200. Haz algo grande, que los deje a todos pasmados de verdad, que se enteren de quién eres tú, Cañonero López. Con dos cojones y una sonrisa ¡Cañonero!.
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0 respuestas a «Cañonero»
Qué recuerdos más malos me ha traído este artículo en el que retratas a la perfección (clap, clap, clap) algo que he conocido de primera mano.
Que sepas que, al final, al Cañonero le quitan el coche. Da igual que todo el mundo le avise de que se lo van a quitar si no paga: él ya no es el mismo hombre que lo compró y cree que las financieras no podrán encontrarle, porque él triunfador que firmó las letras ya no existe.
Y a su ya exmujer, que fue tan tonta como para avalarlo le tocará pagar lo que reste (el coche nunca es suficiente para cubrir la deuda)
Lo has clavado, amigo mío.