por nidiosniamo
Fotografía en contexto original: ecodiario
Hace ya unos cuantos años, los ejércitos occidentales se plantaron en Afganistán para buscar a Bin Laden, ese personaje virtual creado para mover las emociones de los ingenuos telespectadores, que siempre necesitan poner cara, nombre y apellidos al Malvado.
Un buen día, se dejó de hablar de él. Ya no le buscamos. Ahora resulta que estamos allí para reconstruir el país (que ni siquiera tiene fronteras) y llevar a su población, mayoritariamente analfabeta, las bondades de la democracia.
Todo el que ha pasado una temporada en Afganistán, comenta que intentar instaurar allí la democracia es un despropósito de marca mayor: una mujer vale menos que una cabra, las infraestructuras son inexistentes y la vida de la gran mayoría de la población es una lucha por la supervivencia diaria. Fuera de las cuatro calles de Kabul más o menos controladas por las fuerzas occidentales, no hay sobre qué asentar una democracia. No hay Estado, los señores de la guerra controlan sus feudos exactamente igual que en la Edad Media pero con armas del siglo XXI y la vida no vale nada. Me contaba hace tiempo un amigo que había pasado allí más de un año, que la ingenuidad occidental choca allí con la más cruda realidad: la gente de Acción Contra el Hambre tuvo que volverse con el rabo entre las piernas al constatar que resultaba imposible convencer a campesinos que ganaban lo justo para alimentar a sus familias, de que plantaran patatas- es un ejemplo- en lugar de opio. Que plantaran algo por lo que cobrarían cien veces menos. Es decir, que dejaran morir de hambre a sus hijos.
En las “elecciones” sólo puede ganar Karzai, que no es el presidente elegido por los afganos, sino el representante de los intereses de la industria del gas y el petróleo. (Que, por otra parte, son nuestros intereses, nos guste o no. Somos nosotros quienes encendemos la calefacción en cuanto hace un poco de frío. En Afganistán el invierno es largo y crudo, y los afganos se calientan a bofetadas). El tongo de las últimas elecciones fue tan grande, que ahora se propone una segunda vuelta. Abdulá, el jefe del partido opositor, anuncia que, ante las pocas garantías de que las elecciones vayan a ser limpias, se retira. Y la señora de Clinton afirma, con dos cojones, que la no presentación del único candidato que podría hacerle una pequeña sombra a Karzai, no invalida la legitimidad de las elecciones. Chúpate esa. Imagina que en EEUU uno de los dos partidos mayoritarios se negara a presentarse por las irregularidades electorales ¿afirmaría la señora de Clinton lo mismo?
Leo las exigencias de Abdulá para presentarse a una segunda vuelta, y una de ellas me deja con la boca abierta: que se permita a su partido tener interventores en los colegios electorales.
Coño.
Se supone que uno de los principios de la democracia es que los partidos puedan estar en los colegios electorales controlando que la votación y el recuento de votos sean limpios. Pero en Afganistán no hay interventores.
No hacen falta.
En las Cruzadas del siglo XXI, a nadie le importa lo que opinen los afganos.
Ni lo que pensemos quienes cada cuatro años vamos a votar como borregos.
0 respuestas a «El cachondeo de Afganistán»
Igual que en la época colonial, antes se enarbolaban biblias ahora «democracia». La palabra que hace algún tiempo sonaba a justicia social ahora suena a atropello impune. El hiperconsumo del primer mundo necesita más que nunca materias primas, y las relaciones laborales de las grandes empresas con sus trabajadores en el tercer mundo siguen siendo de esclavitud, nada ha cambiado. Lavamos nuestra conciencia con las ongs, seguimos votando al menos malo de nuestros «demócratas» y engordamos macroempresas con nuestro consumo para que a su vez estas compren goviernos demócratas.
No debería de estranhar a nadie que en nuestras ciudades estallen bombas.
Detrás de todo esto sólo hay pánico a la verdad.
Estamos allí porque necesitamos Afganistán para que el gas encuentre salida al mar Caspio. Si no lo logramos, quienes ganamos 900 euros al mes, pronto pagaremos 400 del recibo de la calefacción (osea: nasti de calorcito en invierno). Pero, si nos dicen la verdad, nos remorderá la conciencia por ser lo que somos: animal fuerte que devora al débil (aunque parece que los afganos no son tan débiles como creíamos)
Así, invadimos países, damos dinero a las oengés y dormimos bien calentitos con la conciencia tranquila, con la calefacción a tope.
(Me soplan por aquí que también necesitamos el uranio de Kazajistán, pero de eso he leído menos)
Y mientras, los del Alakrana siguen secuestrados.
Manda huevos