por mujerabasedebien
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Ser el ojito derecho de la Comandante conlleva muchas renuncias.
Tú fuiste una de ellas.
Los dos sabíamos que no habría posibilidad de nada más, por mucho que nos buscáramos. Siempre nos amábamos como si fuera la última vez.
Porque podía serlo.
Tú, a pesar de tu encendida oratoria misógina, sólo buscabas una mujer que te cuidara en tus últimos días. Yo nunca olvidaba que a mí me quedaba mucho camino por recorrer y que a los pies de tu cama había dejado mis botas militares. Que, tarde o temprano, acabarías emparejándote con otra y tu puerta ya no estaría abierta para mí cuando la misión me llevara a tu ciudad.
Amé tu voz, tus ojos de loco, el mapa de la vida que llevas en la cara, la calva de tu coronilla, tus manos llenas de anchos dedos de grandes uñas, tu santa polla. No conseguí, sin embargo, amar tu hermosa boca que siempre te pierde. Pero amé todo lo demás sabiendo que nunca sería mío, porque amaba todo lo de que libre había en ti. Y tú amabas el destino que, irremediablemente, me acabaría llevando lejos de tu orilla.
Hoy volví a verte.
A ti y a tu nueva y joven mujer.
Ya no hay libertad que amar en ti.
Pero me alegra saber que alguien te cuida como nunca podré hacerlo yo.
No es esa mi misión.