por Marisol Oviaño
Por la familia.
Por esa madre sin la que yo sería una blandengue (aunque ella se niegue se a admitir que soy, en parte, consecuencia de su forja).
Por esos hermanos cómplices.
Por esos hijos sin los que yo sería nada.
Por ese cuñado con el que tengo tantas afinidades como divergencias.
Por esas sobrinas comestibles que dan continuidad a todo.
Por la amistad.
Por el amor de Cris y su casita de cuento de hadas.
Por Jose y nuestras charlas interminables.
Por Niko y sus progresos al piano.
Por las cenas improvisadas.
Por los abrazos.
Por la vocación,
ese puto dios
que me calienta la boca.