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Gente: Cruella

por Espejo
cruella

La veo tan sola, que me da lástima.
A su paso flota un aroma a juventud que huye, a oportunidades perdidas, a sueños rotos, a envase individual.

No le conozco más compañía diaria que su perro, que es su vivo retrato: flaco, elegante, raro, altivo, antipático y mal follado. Él tira de ella, Cruella de Ville cincuentona de este pueblo en el que puedes comportarte como si vivieras en una gran ciudad y fingir que nadie te ve. Que nadie se da cuenta de que estás más sola que la una, que nunca sales de casa sin mirarte al espejo y asegurarte de que tu aspecto de niña hippie rica es perfecto: los pendientes hacen juego con el collar, el collar con el cinturón, éste con el bolso y los zapatos, y todo, además, va tan divinamente con el vestido tan vaporoso que dan ganas de gritar ¡Deja algo a la improvisación, por Dios! Después de sacar al perro de paseo, lo deja en casa y ella regresa a la calle, a sentarse en las terrazas de los bares, para poder intercambiar unas palabras con los camareros que le sirven el café. Ellos son los únicos seres humanos con los que habla. A veces escribe cosas en una Moleskine.

Un día a la semana cambia al perro por su madre, a quien debe recoger de una residencia con su coche viejo, barato y destartalado- lo único que falla en su coartada de rica heredera-. La madre es una mujer muy mayor con aire ausente, las hechuras secas de la hija y el mismo rictus amargo. Todo es tan distinto de cómo habían imaginado… Se sientan en algún bar y la hija habla, tratando en vano de reforzar el vínculo que las une llenando el silencio de palabras. Pero la madre se limita a mirar la calle, ya nada le importa, y zahiere con su silencio a la hija que no ha querido incluirla en su vida de sopa para uno. Las dos respetan el espacio que hay entre ellas, nunca se tocan, nunca se cogen las manos, nunca se acarician. Quién sabe el muro de reproches que las separa.

Un día le dije hola. Y ella respondió a mi saludo sorprendida.
Repetí la operación cinco o seis días y dejé de hacerlo, para ver si el saludo había conseguido filtrarse por algún poro defectuoso de su corazón y comenzaba a saludarme ella.
Desde entonces pasa a mi lado sin mirarme, fingiéndose muy atareada, como si tuviera graves responsabilidades que le impidieran perder tiempo con los demás. Como si yo no supiera que su vida no tiene más propósito que dejar pasar el tiempo hasta que llegue la mala muerte que le aguarda.
Como si no me diera lástima.

0 respuestas a «Gente: Cruella»

A este retrato le falta humanidad. Ponle un poco de alma a la chica, y luego azótala como lo haces. Si no, es sólo crueldad.

O como diría Pla, conviértela en una víctima y ponte a su favor en algún momento.

Acepto la crítica constructiva, maestro. Lo he retocado, a ver si ahora es más humano. También yo intuía que no era redondo, pero no sabía por dónde parchear. Gracias.

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