por Espejo
Fotografía en contexto original: Taringa
Cuando camina sobre sus zapatos con alza, saca su pechito de gorrión otoñal y levanta mucho la barbilla. Tras sus grandes gafas de sol se adivina una mirada amenazadora, pero, por mucho miedo que quiera dar, sigue midiendo un metro cincuenta y cinco, no tiene ni media bofetada.
Va siempre enfundado en ropas juveniles que acentúan la decrepitud de su viejo cuerpo, y lleva el poco pelo que le queda teñido de un sospechoso castaño que tira a pelirrojo, ridículo en un hombre de su edad. Además, las calvas presentan restos de tinte, debe teñirse él solo frente al espejo del cuarto de baño. Cada vez que mis pasos se cruzan con los suyos, no puedo evitar pensar en un apolillado muñeco de ventrílocuo alcohólico y maricón.
Conduce un Mercedes que debió comprar de tercera o cuarta mano. Supongo que cree que la estrella de tres puntas despeja cualquier duda sobre su solvencia económica. Pero muchos días le he visto lavándolo con sus propias manos en un callejón poco concurrido.
Me pregunto a quién se cree que engaña.