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El guru y otras hierbas, 30

por Tímido Celador

Se estaba bien allí, sentados uno frente a otro junto a la chimenea.
Ella había echado un vistazo al sobre y no se había molestado en abrirlo, no debía ser urgente.
Cuando se inclinó para servirme el vino, yo había podido curiosear en su escote y comprobar que las tetas que tanto me gustaban seguían estando allí. De buena gana habría puesto mis manos sobre ellas, pero mi educación me impedía faltar al respeto a las mujeres mayores: también había podido disfrutar de un primer plano de sus canas.
Antes de que ella hubiera tenido tiempo de sentarse, sonó su teléfono móvil.
– Disculpa.
La conversación duró cinco o seis minutos, ella hablaba en francés y se reía. Yo me imaginaba que cuando colgara, le diría ven, y señalando al suelo le indicaría que se arrodillara ante mí y sólo tendría que decir chúpamela para que ella me desabrochara el cinturón, me bajara la cremallera y me hiciera la mamada del siglo.

Pero, por supuesto, cuando colgó no dije nada. Me quedé allí callado como muñeco de ventrílocuo sin amo mientras ella volvía a sentarse. Dio un trago a su copa de vino y me miró divertida.

– Estás rígido, como si esperaras que fuera a encañonarte con una pistola ¿Por qué me tienes miedo?
– No lo sé- contesté con mi cara de fóllame, fóllame, fóllame, ¡fóllame, por favor!
– ¿Te doy miedo yo, o el sexo?
– El sexo en general y tú en particular.
Ella sonrió, cogió una bolsa de tabaco de liar y se hizo un cigarrillo en un tiempo que yo consideraría récord.
– ¿Debo tomarme eso como un piropo o como un insulto?
– No lo sé, pero yo estoy empalmado.

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0 respuestas a «El guru y otras hierbas, 30»

Gracias por enseñarnos que lo bueno se hace esperar, y por el detalle de avisarme…(¡¡¡si no me avisas…, me muerdo las uñas de la impaciencia!!

Me alegro de haberte satisfecho por una vez.
A veces creo que el único problema entre los hombres y las mujeres es una cuestión de ritmo. Y me voy corriendo de los comentarios, esta promiscuidad con los lectores me pone nervioso.

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