por hijadecristalero
Cuadro de Albert Anker, para saber más:arteninona
Empieza septiembre, uno de los peores meses- junto con diciembre- para las economías familiares. Y no digamos ya para economías monoparentales como la mía, en la que una sola persona se encarga de pagar el alquiler, los recibos, la compra, el transporte, el dentista y cómo no, los libros escolares.(Desde aquí mando un saludo a su padre, que lleva cuatro años de veraneo con la connivencia de nuestra Justicia, que en tres años todavía no ha conseguido que haya habido un juicio por impago de pensión alimenticia)
Mis hijos se llevan dos años y, jamás, los libros que ha utilizado el primero, han valido para el segundo. Lo que no deja de resultar sorprendente, porque en la mayoría de las asignaturas estudian exactamente lo mismo que estudiaba yo a su edad: siguen consiguiendo que chavales de trece años odien para siempre la literatura obligándoles a leer La Celestina, por ejemplo. Y las raíces cuadradas, los logaritmos y las ecuaciones de tercer grado no han cambiado un ápice desde que yo iba al Instituto. Pero año tras año siguen cambiando los libros de texto, como si cada tres meses se hubieran producido avances extraordinarios en los distintos campos del saber.
El año pasado pagué por un libro de inglés la friolera de 48 euros: un atraco a mano armada. Los libros de texto tienen unas tiradas altísimas, y esto supone un salvaje abaratamiento de los costes: el mismo ejemplar sale mucho más caro cuando editas 500 ejemplares que cuando editas 20.000. Las pequeñas editoriales asumimos un riesgo importante cada vez que sacamos un libro a la calle: puede que se venda, puede que no. Pero los usuarios de los libros de texto son público cautivo: no tienen posibilidad de elección, tienen que comprar los libros que les mandan sí o sí.
Y esto me lleva a reflexionar sobre el sistema educativo. En plena era de la información, lo lógico sería enseñar a los estudiantes- al menos a los de Bachillerato- a buscar información, a sintetizar, a analizar y a desarrollar un criterio; es decir: a pensar. Y esto, parece ser, no interesa a nadie. Ni al sistema de votantes cautivos, ni a las editoriales de libros de texto, ni a los profesores, que tendrían que actualizarse continuamente. Obviamente, resulta mucho más cómodo pedir a los alumnos que abran el libro de texto por la página 38 y que memoricen como papagayos todo lo que entrará en el examen.
Recuerdo que hace un par de años, una de las veces que me reuní con alguno de los profesores de mis hijos, ya comenté esta cuestión, y me dijeron que de vez en cuando les mandan trabajos para que busquen en Internet. Y con eso se quedan más anchos que largos: he visto cómo mis hijos obtenían notables por entrar en Wikipedia, imprimir el texto tal cual y pegar dos fotos.
Para colmo de males, el Ayuntamiento de mi pueblo, que no ha dejado de subir los impuestos e incluso de inventarse impuestos nuevos que no te dan derecho a nada, ha cesado de subvencionar el transporte escolar- por suerte mis hijos van andando- y ha dejado de emitir el cheque con el que ayudaba a las familias a pagar más o menos un 15% de la factura de libros de texto.
Hoy es uno de esos días en los que siento que vivimos inmersos en una gran estafa.
Me gustaría que el señor Zapatero o el señor Rajoy me explicaran de dónde se creen que podemos sacar, en estos tiempos de crisis galopante, los – como mínimo – 400 euros que me costarán los libros de texto que convertirán a mis hijos en unos perfectos analfabetos incapaces de pensar por sí mismos.
0 respuestas a «El atraco de la vuelta al cole»
Lo de los libros de texto es algo que no tiene ni pies ni cabeza en los últimos años. Yo estudiaba con los libros de mis hermanos, y soy el pequeño de cuatro.
También me he dado cuenta que esta locura se puede solucionar con un poco de ganas por parte de los centros. En el colegio de mi hijo, que es público, los libros pasan de unos chavales a otros dentro del mismo centro. Es el centro quien le facilita los libros de otros años. Solo tienes la obligación de pagar el libro si el niño/a estropea el libro y no se puede aprovechar para otro año.