por María Laparca
Fotografía en contexto original: Adn (Curiosidad: es la abuela de Obama)
Observo el avance de la vejez con curiosidad de entomólogo.
Las carnes se aflojan, el cabello se va volviendo blanco, nacen pelos en los sitios más insospechados, los labios van perdiendo su pecadora turgencia, los ojos parecen defenderse de la vida con arrugas, bolsas y ojeras; la piel, papel en blanco ayer, presenta hoy el aspecto de un lienzo emborronado.
Esa soy yo ahora.
Mañana seré un poco más vieja.
Como ya no me parezco a ella, como ya no soy ella, puedo prescindir de la humildad – que sería falsa- y dar gracias por haber sido alguna vez joven y hermosa, por haber disfrutado de un cuerpo rotundo, caliente y juguetón que ha ido por la vida repartiendo alegrías y que todavía dará alguna más antes de retirarse para siempre a sus cuarteles de invierno.
Fue divertido ser joven. Pero no me gustaría volver a serlo, me daría una pereza terrible volver a vivir todo otra vez, tener que aprenderlo todo de nuevo. La vida es una piedra pómez, y en mi caso, no he dejado de frotarla un solo día. La he desgastado leyendo, escribiendo, pensando, hablando, escuchando, amando, pariendo, follando, bebiendo, fumando, riéndome mucho y sufriendo. Estoy aquí porque llevo muchos años andando, me interesa más la parte del camino que me queda por recorrer que la que ya anduve. Si echo de menos la juventud, sólo tengo que mirar a mis hijos para comprender por qué envejecemos, y por qué, al final del viaje, nos aguarda la bienhechora muerte.
No quiero parecer más joven.
Quiero ser una vieja hermosa.
0 respuestas a «Elogio de la vejez»
Le has puesto unas preciosas palabras a grandes verdades. ¡¡Por fin alguien que comprende la vida!! ¿A que es mucho más fácil de lo que a simple vista, y los consejos comerciales nos quieren dar a entender, parecía? La eterna juventud, ¡maldita obsesión!
Imbuida por la industria farmacéutica y la medicina tradicional, ¡¡pero si para vivir, hay que morir también!!
Yo también quiero ser un viejo hermoso 😉
Gracias,
Hace años, tenía una vecina que estaba obsesionada con mantener su cuerpo joven. Iba al gimnasio todos los días, se había operado las tetas y cuando salía a la calle, se ataba dos pesas a los tobillos para que cada paso la llevara a la eterna juventud.
Tenía además, el clásico carácter de mal follada: echaba pestes del marido, siempre estaba gritando a sus hijos y quejándose del jefe. Si la veías por detrás, parecía una jovencita. Pero, en cuanto se daba la vuelta, sus ojos y el rictus de amargura de su boca, gritaban la verdad que ella trataba en vano de ocultar. Aquella combinación de juventud de mentira y vejez cojonera, daba miedo.
ole maría
de nuevo una fresca ola de lucidez y valentía
Ines recién llegada de Nairobi.
Hola María:
te leo y me reflejo en tus palabras, tan ciertas y tan francas, en unas semanas más publico en Proscritos mi artículo Adolescencia, donde también digo que no volvería a la juventud. Agua pasada.
Saludos,
Rodolfo Naró
(PS. Inés, qué ganas de conocer Nairobi, por ahí va mi siguiente chueca)