por Tímido Celador
En mis fantasías ella abre la puerta y no la dejo hablar.
La atraigo hacia mí, la beso en la boca y ella se somete a mis deseos.
Muchas veces me pregunto si no tendré las fantasías equivocadas: yo no soy un hombre en absoluto arrojado, y la Sacerdotisa me da mucho miedo. Me he dirigido a la casita de invitados con la mente en blanco, mejor no ensayar nada ni adelantarse a los acontecimientos. Prudencia, mucha prudencia.
No me ha abierto la puerta la mujer caliente que cogió mi mano bajo las estrellas, sino una intelectual malhumorada con las gafas en la punta de la nariz, que me ha arrebatado el paquete de las manos sin mirarme a la cara. Llevo el abrigo encima de la bata, gorro y bufanda, no se ha dado cuenta de que soy un empleado del hospital, no se ha dado cuenta de que soy yo.
– Ya era hora, me dijeron que estaríais aquí hace cuatro horas- dice con el tono de quien no está acostumbrado a ser desobedecido, buscando el remite para ver si es lo que está esperando-. ¿Dónde hay que firmar?
– Han firmado en la clínica- he contestado tímidamente.
Ha reconocido la afonía crónica de mi voz. Porque antes de mirarme se ha quitado las gafas y me ha sonreído.
– ¡Eres tú! Perdona, no me había dado cuenta, estaba esperando esto como agua de mayo y pensé que eras el mensajero. Pero pasa, no te quedes ahí.
Cierro la puerta y me pregunto qué diría un delegado sindical de esto. La sigo al interior de la casita, hay estanterías con libros casi en cada pared. Ella va abriendo el sobre con manos impacientes. La chimenea está encendida. Sobre la mesa hay un portátil abierto y encendido. Me siento un poco ridículo: ha vuelto a ponerse las gafas y está leyendo una nota escrita a mano que había en el paquete, y yo estoy allí de pie sin saber qué espera de mí. Aunque en mis fantasías yo tomaba las riendas desde el primer momento, estoy incómodo cómo si estuviera ante un superior. Valiente follador estoy hecho. Por fortuna, la nota parece satisfacerla, suspira aliviada y deja el paquete- un montón de páginas sueltas- sobre la mesa.
– La próxima vez, no os toméis tantas molestias: mandadme los mensajeros a mí directamente- a continuación se quita las gafas y me contempla a sus anchas- Había olvidado lo guapo que eres ¿Sigues interesado en aprender?
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