por Tímido Celador
Aunque las últimas palabras que me dijo fueron “mañana más y mejor”, han pasado tres meses desde entonces. Y no puedo decir que me disguste no saber nada de ella. Los primeros días viví aterrado por la idea de volver a verla.
A veces me pregunto si no fue todo un sueño. Pero los sueños no dejan recuerdos táctiles ni olfativos, y mis dedos conservan memoria de su piel. Incluso a veces me los llevo a la nariz como si todavía pudieran retener su olor.
¿Un cigarrito?
Está nevando y Carlota y yo nos hemos puesto los abrigos para salir al porche. Ella fuma y los dos seguimos con la mirada al jardinero, que empuja una carretilla de leña. Lleva dos días llevando leña de la leñera a la casita de invitados, que está al otro extremo de la finca, oculto por el jardín que rodea el edificio principal.
– ¿Para qué se utiliza la casita de invitados?- pregunto a Carlota, admirándome una vez más de lo sexy que resulta cuando fuma a pesar de su edad- Nunca he estado allí.
– Para invitados especiales. Invitados- recalca-, no pacientes. Escritores, psiquiatras de prestigio, músicos, pintores, directores de cine… Más de un premio Nobel se ha alojado allí. Es muy acogedor.
– Y ¿a quién estamos esperando?
– A la Sacerdotisa- contesta Carlota apagando el cigarro en el cenicero de pie-. Estará aquí dentro de unos días. Qué frío hace, vamos para dentro.
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